UNIDAD 1
1.1 Naturaleza
La función de
la psicología educativa en la educación de los profesores se basa en la premisa
de que existen principios generales del aprendizaje significativo en el salón
de clases que se pueden derivar de una teoría razonable acerca de tal
aprendizaje. Estos principios pueden ser validados empíricamente y comunicados
con eficacia a los aspirantes a profesores. Ellos proporcionan los fundamentos
psicológicos para que los profesores descubran por sí mismos los métodos de
enseñanza más eficaces y para que puedan seleccionar con inteligencia los
nuevos métodos de enseñanza que constantemente se les obliga a aceptar. Las
teorías y métodos de enseñanza válidos deben estar relacionados con la
naturaleza del proceso de aprendizaje en el salón de clases y con los factores
cognoscitivos, afectivos y sociales que lo influyen.
En el pasado,
los principios psicológicos del aprendizaje guardaban poca o ninguna relación
con la enseñanza real en el salón de clases debido a que se extrapolaban
indiscriminadamente a partir de la investigación sobre los aprendizajes animal
y por repetición (o a partir de otros tipos simples de aprendizaje, tales como
el condicionamiento y el aprendizaje instrumental), los cuales no se relacionan
intrínsecamente con la mayor parte del aprendizaje de las materias de estudio.
Todo el
aprendizaje en el salón de clases puede ser situado a lo largo de dos
dimensiones independientes: la dimensión repetición-aprendizaje significativo y
la dimensión recepción-descubrimiento. En el pasado se generó mucha confusión
al considerar axiomáticamente a todo el aprendizaje por recepción (es
decir, basado en la enseñanza explicativa) como repetición, y a todo el
aprendizaje por descubrimiento como significativo. En realidad,
los dos tipos de aprendizaje pueden ser significativos,
- Si el estudiante emplea una actitud de aprendizaje significativo (una disposición para relacionar de manera significativa el nuevo material de aprendizaje con su estructura existente de conocimiento), y
- Si la tarea de aprendizaje en sí es potencialmente significativa (si consiste en sí de un material razonable o sensible y si puede relacionarse de manera sustancial y no arbitraria con la estructura cognoscitiva del estudiante particular).
En el
aprendizaje por recepción, el contenido principal de la tarea de
aprendizaje simplemente se le presenta al alumno; él-clínicamente necesita
relacionarlo activa y significativamente con los aspectos relevantes de su
estructura cognoscitiva y retenerlo para el recuerdo o reconocimiento
posteriores, o como una base para el aprendizaje del nuevo material
relacionado. En el aprendizaje por descubrimiento, el contenido
principal de lo que ha de aprenderse se debe descubrir de manera independiente
antes de que se pueda asimilar dentro de la estructura cognoscitiva.
Como se
muestra en la figura 1.1, ni el
aprendizaje significativo ni el aprendizaje por descubrimiento son absolutos.
Más bien, cada uno de ellos se puede situar en un continuo
repetición-significativo y recepción-descubrimiento. Por razones lógicas, la
mayor parte del aprendizaje en el salón de clases, especialmente el de los
alumnos de mayor edad, es aprendizaje por recepción significativo. Sin embargo,
para ciertos tipos de aprendizaje, y en los alumnos menores, cierta proporción
de aprendizaje por repetición y por descubrimiento puede ser conveniente. Este
problema se analiza más ampliamente en los capítulos siguientes.
El aprendizaje
del material de la mayoría de las materias de estudio supone que la
adquisición de conocimiento es un fin en sí mismo. Esto es cierto porque la
mayor parte del aprendizaje en el salón de clases, aparte de las destrezas
intelectuales y vocacionales básicas, tiene poca o ninguna relevancia para los
propósitos utilitaristas posteriores. También supone que aunque los estudiantes
deben, en el análisis final, asumir la responsabilidad de su propio
aprendizaje, la escuela no puede renunciar a su responsabilidad por la
dirección guiada del aprendizaje. Debe asumir el cargo de presentar a los estudiantes
los materiales de aprendizaje que sean sustancialmente válidos y pedagógicamente
apropiados, y de idear los materiales de aprendizaje y los métodos de
enseñanza que estén apropiadamente situados en el continuo
repetición-significativo y recepción-descubrimiento.
En el prefacio a la primera edición hicimos explícita nuestra
concepción de la naturaleza, los alcances y la función de la psicología
educativa en la educación y seis maneras significativas en las que este libro
difiere de otros libros de texto en el área. También señalamos que este libro
como un todo, lo mismo que cada capítulo, ha sido organizado para conformarse
a ciertos principios pedagógicos (por ejemplo, la diferenciación progresiva, la
reconciliación integrativa, el organizador anticipado)[1]
que son consistentes con nuestro punto de vista teórico acerca del aprendizaje
significativo de la materia de estudio. El prefacio a la segunda edición
especifica los importantes avances en el campo desde que la primera edición fue
publicada en 1968, y cómo ha sido escrita la presente edición para tomar en
cuenta estos cambios. Por consiguiente, si es que el lector no lo ha hecho aún,
es recomendable leer los dos prefacios para poder apreciar el impacto de este
libro, los razonamientos que subyacen a la elección del material y la razón por
la que fue escrito y organizado de la manera antes aludida. Asumimos el punto
de vista de que la función básica de la psicología educativa, en la empresa de
la educación, es ocuparse de la naturaleza, las condiciones y la evaluación
del aprendizaje en el salón de clases o de la materia de estudio junto con los
factores que lo influyen.
Al considerar la función y los alcances de la psicología educativa
dentro de la educación moderna, deseamos examinar varios asuntos de
importancia:
- ¿ Cómo se justifica la afirmación de que la psicología educativa constituye parte de la preparación de todos los aspirantes a profesores? ¿Basta con que se conozca la materia de estudio para enseñar con eficacia un tema dado? ¿Los profesores nacen o se hacen?.
- ¿Qué es lo que puede aportar la psicología a la educación, o de qué modos pueden aplicarse los principios de esta ciencia a la práctica educativa? ¿Ofrece la psicología educativa algo que no esté implícito en las nociones de sentido común que se aplican en la enseñanza, y en qué difiere su interés del de la psicología propiamente dicha?.
- ¿A qué obedece la decadencia sufrida por la teoría del aprendizaje en el salón de clases durante el pasado medio siglo? ¿Hay lugar para ambas teorías, la del aprendizaje y la de la enseñanza y, de ser así, qué relación deben guardar entre sí?
- ¿Qué papel juega la estrategia de investigación en la psicología educativa? ¿Es la psicología educativa un área genuinamente delimitada, con su propia teoría, problemas de investigación y metodología básicos, o es tan sólo la aplicación directa de principios y métodos de la psicología general a problemas educativos? ¿Los investigadores que trabajan en el campo de la psicología educativa deben ajustarse a una “ciencia básica” o a una aproximación aplicada?.
- ¿Existen tipos de aprendizaje cualitativamente diferentes o todas sus manifestaciones pueden explicarse con los mismos principios fundamentales? Desde el punto de vista de lo que se aprende en la escuela, ¿cuáles son las distinciones más útiles para clasificar los diversos tipos de aprendizaje?.
- ¿Cuáles son los factores principales que influyen en el aprendizaje escolar y cuál la manera de categorizarlos?.
- ¿Cuáles son las tendencias del pensamiento educativo actual que concuerdan con la tesis de este libro, de que la psicología educativa debe concentrarse en la naturaleza y facilitación del aprendizaje de la materia de estudio?.
¿POR QUÉ PSICOLOGÍA EDUCATIVA PARA LOS ASPIRANTES A PROFESORES?
Cualquier justificación de la psicología educativa como ciencia se
basa en dos premisas fundamentales:
a) Que la naturaleza
del aprendizaje en el salón de clases y los factores que influyen en él pueden
identificarse con seguridad; y
b) Que tal conocimiento
puede lo mismo sistematizarse que trasmitirse con eficacia a los aspirantes a
profesores. Estas premisas, sin embargo, están en conflicto con dos
proposiciones fuertemente sostenidas sobre la naturaleza de la enseñanza:
primera, que el conocimiento de un tema dado confiere automáticamente la
competencia necesaria para enseñarlo; y, segunda, que si la habilidad para
enseñar es algo distinto del conocimiento de la materia de estudio, aquella
será innata. “Los profesores nacen, no se hacen”.
La experiencia cotidiana socava la validez de la primera proposición.
El fenómeno del alumno muy competente que es completamente incapaz de trasmitir
sus conocimientos a los estudiantes es bastante familiar en la experiencia de
todos; y, a la inversa, muchos alumnos poco competentes son, evidentemente,
muy capaces como profesores.
La segunda proposición tiene también validez limitada. Nadie negaría
que las aptitudes innatas para la enseñanza varían. Las personas difieren por
lo menos en dos aspectos: en su habilidad para descubrir intuitivamente o para
aprender de los demás los principios válidos del aprendizaje y la enseñanza y
en su destreza para poner en ejecución, con resultados favorables, tales principios.
Es razonable, sin embargo, esperar que la mayoría de las personas con
inteligencia normal puedan aprovechar la instrucción sistemática de proposiciones
validadas lógica y empíricamente acerca de la naturaleza y facilitación del
proceso de aprendizaje. Las personas menos dotadas podrán convertirse cuando
menos en maestros regulares; y los que tengan más aptitudes innatas podrán
desarrollar mejor sus capacidades latentes. En el plano ideal, sin embargo, el
proceso de selección en la educación magisterial debe ser tal que la
psicología educativa realice con amplitud la segunda función. En cualquier
caso, debe tenerse en cuenta que la adquisición de los principios del
aprendizaje en el salón de clases es una condición necesaria, pero difícilmente
suficiente para convertirse en un buen maestro. Otros prerrequisitos, además de
la aptitud inicial, son el interés, la dedicación y la motivación; igualmente
importantes son el entrenamiento en la metodología de la enseñanza de una
materia particular y el
nivel de edad de los alumnos, así como la práctica, adecuadamente
supervisada, de tal enseñanza.
EL PAPEL DE LOS PRINCIPIOS PSICOLÓGICOS EN LA EDUCACIÓN
A falta de principios psicológicos válidos sobre el aprendizaje en el
salón de clases, los profesores pueden adoptar únicamente dos procedimientos
alternativos en su búsqueda de prácticas de enseñanza fructíferas. Bien pueden
confiar en las prescripciones tradicionales, presentes en el folklore
educativo y en los preceptos y ejemplos de sus propios maestros y colegas
expertos, o bien pueden tratar de descubrir técnicas eficaces de enseñanza a
través del ensayo y el error. Es verdad que algunas “reglas de enseñanza”
tradicionales han resistido la prueba del tiempo y, por consiguiente, tal vez
sean válidas; sin embargo, su aplicación varía conforme a las condiciones
educativas y al cambio de objetivos. De ahí que, en manera alguna, ni siquiera
las reglas más venerables pueden seguirse a ciegas; deben volverse a examinar
a la luz de las condiciones cambiantes. Además, las reglas, por definición,
están enunciadas en términos generales; no puede haber, pues, una regla
especial para cada una de las situaciones con las que el profesor
probablemente llegará a encontrarse. Los principios son más flexibles que las
reglas dado que, siendo menos prescriptivos, pueden adaptarse a las
diferencias individuales de situaciones y personas; y, como suele ocurrir, la
mayoría de las situaciones educativas requiere de equilibrar los distintos
principios pertinentes en lugar de la aplicación arbitraria de una sola regla.
Con un conjunto de principios psicológicos, el profesor ingenioso puede
improvisar soluciones a problemas nuevos en el momento en que surjan, en lugar
de aplicar ciegamente reglas empíricas.
Descubrir métodos de enseñanza eficaces por ensayo y error es también
un procedimiento ciego y, por tanto, innecesariamente difícil y antieconómico.
Si, por el contrario, el profesor comienza con principios del aprendizaje en el
salón de clases bien establecidos podrá elegir racionalmente nuevas técnicas de
enseñanza, en lugar de confiar en intuiciones vagas o en novedades y modas
apoyadas por personajes connotados de la profesión magisterial. Los principios
psicológicos válidos no sólo sugieren muchas nuevas aproximaciones a la
enseñanza, sino que eliminan de toda consideración muchas de las prácticas que
merecen ensayarse, pues muchas proposiciones pueden descartarse en resumidas
cuentas por inconsistentes con los principios previamente establecidos.
Un sistema de principios relacionados que constituya una teoría
comprensiva del aprendizaje en el salón de clases será obviamente superior a
una colección de principios discretos debido a que a la mayoría de las
situaciones educativas se aplica más de una consideración. Es también
evidente que más de un tipo de práctica o métodos de enseñanza podrá ser
consistente con cualquier principio dado. Un método puede ser apropiado bajo
un conjunto de condiciones educativas y según los rasgos de personalidad de un
maestro, mientras que otra técnica muy diferente puede ser igualmente
adecuada en circunstancias educativas distintas o en manos de otro profesor.
Tal estado de cosas difícilmente anularía los principios en cuestión.
Los principios del aprendizaje se aplican a todas las prácticas en el
salón de clases como son el agrupamiento, la marcación, el uso de apoyos
didácticos, los métodos de “ver-decir” en contraste con los métodos fónicos de
enseñar a leer, la conferencia comparada con las técnicas de discusión, las
pruebas de ensayo en contraposición con las pruebas objetivas, y los métodos
“directos” en contraste con los métodos “indirectos” de enseñar lenguas
extranjeras. Se aplican a estas cuestiones educativas porque se derivan de
teorías e investigaciones psicológicas pertinentes que proceden de contextos
educativos. Los psicólogos pueden contribuir a resolver muchos problemas
pedagógicos tratando de aportar sus conocimientos acerca de capacidades,
procesos y aspiraciones de aprendizaje. Ejemplos de tales problemas son la
educación de los alumnos dotados, los retrasados y los marginados
culturalmente; el aprendizaje por recepción en contraste con el aprendizaje
por descubrimiento; los aprendizajes 'significativo y mecánico; y la ubicación
por grado de la materia de estudio (por ejemplo, si en la escuela primaria debe
enseñarse o no un lenguaje extranjero).
Aplicación de principios psicológicos a la práctica educativa
Si bien los principios del aprendizaje en el salón de clases ocupan un
lugar importante en la educación, no pueden emplearse, ni directa ni
inmediatamente en prácticas de enseñanza, pues se limitan a conferir dirección
general á la búsqueda de tales prácticas. Falta mucha investigación intermedia
de naturaleza aplicada, antes de que los principios del aprendizaje se puedan
transformar en principios de la enseñanza. Al formular éstos, es esencial tener
en cuenta las complejidades que surgen de la situación del salón de clases,
como son la presencia de muchos alumnos con aptitudes, disposición y
motivaciones distintas; lo difícil de la comunicación entre profesor y alumno;
las características particulares de la materia de estudio que se esté
enseñando, y las características del nivel de edad de los alumnos.
Por otra parte, al aplicar un principio psicológico dado a cualquier
situación de enseñanza en particular, los profesores deben hacer uso
considerable de su juicio profesional; es decir, deben comparar entre sí las
pretensiones de los principios pertinentes, examinar los aspectos esenciales de
su preparación y personalidad propias, evaluar la situación momentánea en el
salón de clases (por ejemplo, el estado de disposición, motivación, atención,
fatiga y comprensión presentes de los alumnos), estimar la conveniencia de la
comunicación existente y considerar los distintos factores de sexo, capacidad,
personalidad, aspiración y pertenencia a una clase social de los alumnos. Los
principios, aunque más flexibles y menos dogmáticos que las reglas, tampoco
son otra cosa que generalizaciones. Aplicarlos con eficacia a situaciones
particulares es más arte que ciencia.
La enseñanza, como la medicina, exige un periodo prolongado de
aprendizaje práctico, así como sensibilidades particulares, habilidades para
diagnosticar, para prescribir y poner en ejecución prácticas convenientes.
Estas capacidades van más allá de lo que se aprende en los cursos de ciencia
aplicada como los de psicología educativa y de desarrollo infantil (o
fisiología y patología médicas), o en los cursos clínicos como metodología y
enseñanza práctica (o diagnóstico y administración clínicos). Así también, la
persona diestra para estimar una situación educativa (o para diagnosticar la
condición de un paciente) no es necesariamente igualmente capaz de proponer y
llevar a la práctica medidas eficaces para el aprendizaje (o el tratamiento).
Pero el juicio sin conocimiento de los principios no es más eficaz que el
conocimiento de éstos sin el primero. Tampoco libera de la probabilidad de
cometer errores. En consecuencia, apenas 'si se justifica la creencia popular
de que con buen juicio y sentido común, e independientemente de sus
conocimientos pedagógicos, puede confiarse en que cualquier profesor con buena
voluntad tomará decisiones correctas en el salón de clases.
Psicología educativa y sentido común
¿Hay realmente algo que, derivado intuitivamente del sentido común, pueda
agregarse a los principios del aprendizaje en el salón de clases? No obstante
que toda la psicología debiera ser congruente con el sentido común, éste no
concuerda siempre con los hechos científicos representados por los hallazgos
psicológicos. Muchas “verdades” de sentido común son razonables tan sólo porque
podrían ser ciertas; pero esto no es lo que ocurre. Existen muchas teorías
opcionales sobre fenómenos naturales que son igualmente plausibles, como las
teorías lamarckiana y darwiniana de la evolución, y las teorías del flogisto y
de la oxidación concernientes a la combustión; pero en cada caso una teoría es
más verdadera que la otra. Sin embargo, las alternativas incorrectas,
especialmente cuando están apoyadas por el peso de la autoridad, la tradición o
el lenguaje persuasivo, a menudo se enmascaran como axiomas del sentido común.
Tales axiomas de la práctica educativa, como la gradación tradicional de la
materia de estudio, los métodos consagrados de enseñar la aritmética, la
ciencia, la lectura y los lenguajes extranjeros, los inveterados planes de
estudio de las escuelas primarias y secundarias, y el aplazamiento del método
de conferencia hasta que los estudiantes llegan a edades universitarias
tienden, por parecer tan “naturales” y familiares, a grabársenos como verdades
eternas. En realidad no son otra cosa que productos especiales de condiciones y
objetivos educativos impuestos
por limitaciones
de tiempo, y basados en las nociones de sentido común prevalescientes.
Los principios de sentido común, por consiguiente, no son forzosamente
erróneos, pero necesariamente correctos. (La Tierra es evidentemente plana a
menos que pueda veda desde el espacio.) En la educación, son muchas las teorías
psicológicas igualmente plausibles, y de ahí que en cada caso el problema sólo
pueda resolverse por prueba empírica. Entre los ejemplos de tales problemas
están la práctica masiva comparada con la distribuida, los métodos parciales en
contraste con los globales, la revisión prematura y la demorada, el reforzamiento
intermitente y el continuo, los ejercicios y el aprendizaje en ambientes
naturales, las tareas de aprendizaje homogéneas y las heterogéneas, la instigación
y la confirmación, y los ítemes construidos en contraste con los de opción
múltiple. Además, a pesar de que concuerden con el sentido común, algunos
principios psicológicos están lejos de convertirse en axiomas obvios y
solamente pueden derivarse de un cuerpo sistemático de principios teóricos y de
hallazgos empíricos, inspirados en esos principios. Aunque es obvio que el
sentido común desempeña un papel muy importante en el descubrimiento y en la
aplicación de principios psicológicos a la educación, también es verdad que no
puede reemplazados. Tampoco en términos de sus funciones dentro de la teoría y
la práctica educativas ni en razón de su distribución dentro de la población
total, riñen entre sí o se excluyen mutuamente los conocimientos de sentido
común y los psicológicos. El profesor experimentado no es por fuerza un devoto
del sentido común; y el maestro ampliamente dotado de sentido común tendrá
todavía gran necesidad de conocimientos psicológicos, los cuales podrá adquirir
fácilmente.
LA PSICOLOGÍA EN CONTRASTE CON LA PSICOLOGÍA EDUCATIVA
Dado que la psicología y la psicología educativa se ocupan del problema
del aprendizaje, ¿cómo distinguir entre los intereses teóricos y los de
investigación específicos de cada disciplina? Como ciencia aplicada, la
psicología educativa no trata las 'leyes generales del aprendizaje en sí
mismas, sino tan sólo aquellas propiedades del aprendizaje que pueden relacionarse
con las maneras eficaces de efectuar deliberadamente cambios cognoscitivos
estables que tengan valor social (Ausubel, 1953). La educación, por
consiguiente, se concreta al aprendizaje guiado o manipulado, dirigido hacia
fines prácticos y específicos. Estos fines pueden definirse como la adquisición
permanente de cuerpos estables de conocimiento y de las capacidades necesarias
para adquirir tal conocimiento.
El interés de los psicólogos en el aprendizaje, por otra parte, es
mucho más general. Les conciernen muchos otros aspectos del aprendizaje, aparte
del logro eficiente de las capacidades y destrezas mencionadas para el desarrollo
en un contexto dirigido. Más comúnmente, el psicólogo investiga la naturaleza
de experiencias de aprendizaje simples, fragmentarias o de corto plazo, que
supuestamente son más representativas del aprendizaje, en lugar del aprendizaje
permanente involucrado en la asimilación de cuerpos organizados de
conocimiento.
La materia de estudio de la psicología educativa
La investigación psico-educativa tiende a estudiar los siguientes tipos
de problemas de aprendizaje:
- Descubrir la naturaleza de aquellos aspectos del proceso de aprendizaje que afecten la adquisición y retención a largo plazo de cuerpos organizados de conocimiento.
- El amplio mejoramiento de las capacidades para aprender y resolver problemas.
- Averiguar cuáles características cognoscitivas y de personalidad del alumno, y qué aspectos interpersonales y sociales del ambiente de aprendizaje, afectan los resultados del aprendizaje de una determinada materia de estudio, la motivación para aprender y las maneras características de asimilar el material.
- Determinar las maneras adecuadas y de máxima eficacia de organizar y presentar materiales de aprendizaje y de motivar y dirigir deliberadamente el mismo hacia metas concretas.
Podríamos afirmar que son los aspectos generales del
aprendizaje los que interesan al psicólogo, mientras que el aprendizaje en
el salón de' clases, o el aprendizaje deliberadamente conducido de una
materia de estudio dentro de un contexto social, es el campo especial del
psicólogo educativo. Por lo tanto, la materia de estudio de la psicología
educativa puede inferirse directamente de los problemas a que se enfrenta el
profesor en el salón de clases. Este último debe generar el interés por la
materia de estudio, inspirar el empeño por aprender, motivar a los alumnos y
ayudarlos a inducir aspiraciones realistas de logro educativo. Los profesores
deben decidir lo que es importante que los alumnos aprendan, averiguar qué es
lo que están listos para aprender, conducir la enseñanza a un ritmo apropiado
y decidir la magnitud y el nivel de dificultad propios de las tareas de aprendizaje.
De ellos se espera que organicen minuciosamente la materia de estudio, que
presenten con claridad los materiales, que simplifiquen las tareas de aprendizaje
en sus etapas iniciales, y que integren los aprendizajes actual y pasado.
Tienen la responsabilidad de preparar programas y revisiones prácticos, confirmar,
aclarar y corregir, plantear preguntas críticas, proporcionar recompensas
apropiadas, evaluar el aprendizaje y el desarrollo y, siempre que sea posible,
fomentar el aprendizaje por descubrimiento y la capacidad para solucionar
problemas. Finalmente, ya que les incumbe enseñar a grupos de estudiantes
dentro de ambientes sociales, deben enfrentarse a los problemas de la
instrucción en grupo, la individualización, la comunicación y la disciplina.
Así pues, los alcances de la psicología educativa como ciencia aplicada
son extremadamente amplios y las recompensas potenciales que ofrece en
términos del valor social de facilitarles a los alumnos el aprendizaje de las
distintas materias, son proporcionalmente grandes.
LA DECADENCIA DE LA TEORÍA DEL APRENDIZAJE EN EL SALÓN DE CLASES
La grave disminución en el cuerpo de conocimientos y teorías acerca del
aprendizaje escolar, que se viene padeciendo desde hace medio siglo, y la
retirada constante del salón de clases, emprendida por los psicólogos educativos,
no han ocurrido sin causa suficiente. Mucho de este deliberado alejamiento es
atribuible al descrédito científico en que cayeran los estudios sobre
aprendizaje escolar como consecuencia de:
a) Las patentes deficiencias de conceptualización y de
planes de investigación; y
b) La excesiva preocupación por mejorar destrezas
académicas y técnicas de instrucción pobremente concebidas, en lugar de atender
al descubrimiento de los principios generales que afectan el
mejoramiento del aprendizaje y la enseñanza en el salón
de clases en conjunto.
Después de todo, la mayoría de los estudios realizados en el campo del
aprendizaje escolar han sido conducidos por profesores y otro personal escolar
que a menudo no ha recibido entrenamiento en el desarrollo de una
investigación. En contraste, los estudios de laboratorio sobre tareas simples
de aprendizaje han sido investidos de la fascinación y el prestigio crecientes
de las ciencias experimentales y también hicieron posible la investigación de
las variables generales del aprendizaje en condiciones rigurosamente
controladas.
El énfasis de la investigación reciente
En consecuencia, las investigaciones más científicas realizadas en el
campo de la teoría del aprendizaje fueron principalmente obra de psicólogos ajenos
a la empresa educativa y que Investigaron problemas muy alejados del tipo de aprendizaje que se da
en el salón de clases. Se concentraron en el aprendizaje animal o en formas no verbales
de aprendizaje humano, o bien de corto plazo y por repetición fragmentaria, en
lugar de dirigir su atención al aprendizaje de cuerpos organizados de material
significativo. Pero, desde luego, muy poco es lo que podría criticarse de los
psicólogos experimentales, si sus estudios de laboratorio sobre el aprendizaje
no verbal y el aprendizaje verbal por repetición tienen escasa aplicabilidad en
el salón
de clases. Como todos los trabajos de investigación pura
dentro de la rama de las ciencias básicas, estos estudios fueron diseñados
para producir únicamente leyes científicas de validez general, como fines en sí
mismas y muy apartadas de toda utilidad práctica. La culpa, si es que hay que
atribuirla a alguien, debería recaer ciertamente en los psicólogos educativos
que, en general, no han realizado la investigación aplicada indispensable y
que han sucumbido a la tentación de extrapolar las teorías y
hallazgos de sus colegas experimentales a problemas de aprendizaje en el
'salón de clases.
Por último, durante las pasadas tres décadas, los psicólogos educativos
se han preocupado por la medición y la evaluación, el desarrollo de la personalidad,
la higiene mental, la dinámica de grupos y la orientación. A pesar de la
importancia del aprendizaje en el salón de clases y del desarrollo cognoscitivo
dentro de los aspectos psicológicos de la educación, estas áreas fueron pasadas
por alto, tanto teórica como empíricamente (Ausubel, 1963a).
Aunque el retiro de los psicólogos educativos de los problemas del
aprendizaje significativo en el salón escolar fue temporalmente oportuno, a la
larga fue también muy desafortunado en los terrenos teóricos y de
investigación. Los materiales aprendidos por repetición y los aprendidos
significativamente se representan y organizan de modos muy diferentes dentro de las estructuras psicológicas del
conocimiento de los alumnos (la estructura cognoscitiva), y de ahí que se conformen a
principios muy diferentes del aprendizaje y la retención. Los respectivos
procesos de aprendizaje no sólo son muy distintos, sino que las variables
importantes involucradas en ambos procesos también son marcadamente diferentes
o, cuando son semejantes, tienen efectos muy diversos. Se debe efectuar una
distinción entre los dos tipos de tareas de aprendizaje: una de ellas
involucra la adquisición de corto plazo de conceptos simples un poco
inventados la resolución de problemas artificiales o el aprendizaje de
asociaciones arbitrarias en un ambiente de laboratorio; y la otra consiste en
la adquisición y retención de largo plazo del complejo sistema de ideas interrelacionadas
que caracterizan al cuerpo de conocimientos organizados que los alumnos deben
incorporar dentro de sus estructuras cognoscitivas. Recientemente ha habido
una tendencia de investigación dirigida al estudio del material de aprendizaje
verbal potencialmente significativo en oposición al material de aprendizaje
por repetición, aunque el proceso de aprendizaje es explicado en términos del
aprendizaje por repetición (Anderson y Myrow, 1971).
El énfasis en la extrapolación de la teoría y los testimonios del
aprendizaje por repetición a los problemas del aprendizaje escolar ha tenido
muchas consecuencias desastrosas. Perpetuó las concepciones erróneas acerca de
la naturaleza y las condiciones del aprendizaje en el salón de clases, condujo
a que los psicólogos educativos dejaran de investigar los factores que
influyen en el aprendizaje significativo y, por ello, retrasaron el
descubrimiento de técnicas más eficaces de exposición verbal. Convenció
también a muchos educadores de que, pusieran en tela de duda la relevancia de
la teoría del aprendizaje respecto de la empresa educativa, y a formular
teorías de la enseñanza en su intento por conceptualizar la naturaleza, propósitos
y efectos de la enseñanza, independientemente de sus relaciones con el
aprendizaje. Finalmente, alentó a muchos profesores a percibir y a presentar
materiales potencialmente significativos como si fueran de carácter repetitivo
y persuadió a otros de que, como los psicólogos educativos conceptualizan todo
el aprendizaje verbal como un proceso repetitivo, el aprendizaje significativo
podría realizarse con métodos no verbales y de resolución de problemas (Ausubel,
1963a).
LAS TEORÍAS DEL APRENDIZAJE EN CONTRASTE CON LAS TEORÍAS DE LA ENSEÑANZA
La desilusión relativa a la pertinencia de la teoría del aprendizaje en
la práctica educativa ha sido responsable en parte del reciente surgimiento de
las “teorías de la enseñanza” que son reconocidamente independientes de las
teorías del aprendizaje. En los terrenos histórico y lógico se ha apresurado
la justificación de tales teorías.
El argumento histórico
Gage cita hechos históricos para argumentar que las teorías del
aprendizaje tienen escasa aplicabilidad e influencia en la práctica educativa,
ya sea en los libros de texto de psicología educativa, en cursos dedicados a
métodos de enseñanza, o en las operaciones diarias de la enseñanza en el salón
de clases. Arguye, además, que las teorías del aprendizaje son inherentemente
ajenas a los problemas de la enseñanza y que, por consiguiente, debieran 'ser
reemplazadas por teorías de la enseñanza. Por ejemplo, él afirma que:
...mientras que las teorías del aprendizaje
tratan de las maneras en que un organismo aprende, las de la enseñanza se
ocupan de las maneras en que una persona influye en un organismo para que éste
aprenda... Para satisfacer las demandas prácticas de la educación, las teorías
del aprendizaje deben ser “puestas de cabeza”, de tal modo que se produzcan,
entonces, las teorías de la enseñanza (Gage, 1964, págs. 268-269).
Esta controversia procede esencialmente del fracaso histórico de la
teoría del aprendizaje para proporcionar bases psicológicas relevantes a la
práctica pedagógica; pero, hasta la fecha, esta innegable falla de la teoría
del aprendizaje no es de ninguna manera una limitación necesaria o inherente
en lo que respecta a la aplicabilidad de tal teoría a la educación; no es otra
cosa que una característica de la rama prevalesciente de la teoría del
aprendizaje escolar que, en general, no se ocupa del tipo de aprendizaje que
ocurre en el salón de clases, sino que ha sido extrapolada sin previa crítica
de la teoría del aprendizaje de laboratorio. En contraste con ello, una teoría
verdaderamente realista y científicamente viable del aprendizaje en el salón de
clases se ocuparía principalmente de los tipos complejo y significativo de
los aprendizajes verbal y simbólico que se dan en la escuela y en ambientes de
aprendizaje semejantes, y concedería también un lugar preeminente a aquellos
factores variables que la afectan. Existe una relación íntima entre saber cómo
aprende un alumno y comprender cómo influyen en el aprendizaje las variables
de cambio, por una parte, y saber qué hacer para ayudarlo a aprender mejor, por
la otra. Con el término enseñanza nos referimos principalmente al encauzamiento
deliberado de los procesos de aprendizaje a través de los lineamientos
sugeridos por la teoría del aprendizaje relevante en el salón de clases. Por
consiguiente, parecería razonable suponer que el descubrimiento de los métodos
más eficaces de enseñanza dependería y estaría relacionada con el estatus de la
teoría del aprendizaje.
Por 'supuesto, únicamente los principios generales de facilitar el
aprendizaje escolar se considerarían dentro del dominio de la psicología
educativa. Los aspectos aplicados de la pedagogía derivados de estos
principios constituirían una teoría de la enseñanza y se continuarían
impartiendo en los cursos sobre métodos, lo cual es comparable a la fase
clínica del entrenamiento de los estudiantes de medicina. En los cursos sobre
métodos se detallarían las muchas complejidades del proceso de enseñanza en el
salón de clases, lo mismo en términos generales que en lo tocante a grupos de
edad y materias de estudio particulares.
El argumento lógico
En agudo contraste con el argumento histórico de Gage, que se centra en
el fracaso de la teoría del aprendizaje para probar su utilidad en la práctica
educativa, Smith (1960) expone una fundamentación lógica para formular teorías
de la enseñanza totalmente independiente de, más que complementarias a, las
del aprendizaje. Se basa en las afirmaciones de que el aprendizaje y la
enseñanza no son inseparables y que una teoría del aprendizaje nada puede
decimos acerca de la manera de enseñar.
Aprendizaje y enseñanza
La insistencia de Smith en que el aprendizaje y la enseñanza son fenómenos
diferentes e identificables como tales no es otra cosa que machacar lo obvio.
Dilucida una confusión semántica bastante difundida; pues, en sus propias palabras,
se argumenta frecuentemente que “si el niño no aprendió, es que el profesor no
le enseñó”, o bien, que lo hizo incorrectamente. Enseñar y aprender no son
co-extensivos, pues enseñar es tan sólo una de las condiciones que pueden
influir en el aprendizaje. Así pues, los alumnos pueden aprender sin ser
enseñados, es decir, enseñándose a sí mismos; y ni siquiera cuando la
competencia del maestro está fuera de duda se logrará forzosamente el aprendizaje,
si los alumnos son desatentos, carecen de motivación o están cognoscitivamente
impreparados.
Sin embargo, descartadas estas inferencias injustificadas acerca de la
coextensividad del aprendizaje y la enseñanza, convendría adentrarse en
aquellos aspectos de la enseñanza y el aprendizaje que están relacionados
entre sí. En estas relaciones recíprocas se incluyen los propósitos, efectos y
evaluación de la enseñanza. Por consiguiente, si bien es verdad que enseñar es
lógicamente distinto de aprender y que puede analizarse independientemente de
lo que aprendan los alumnos, ¿cuál sería la ventaja práctica de este análisis
por separado? La facilitación del aprendizaje es tan sólo uno de los fines
propios de la enseñanza. Esta no es un fin en sí misma a menos que los alumnos
aprendan; y aunque el fracaso de éstos en aprender no indica necesariamente la
competencia del maestro, aprender sigue siendo todavía la única medida factible
del mérito de la enseñanza. Además, como se señaló antes, la enseñanza en sí es
eficaz tan sólo en la medida en que manipula eficientemente las variables
psicológicas que gobiernan el aprendizaje.
El papel de la teoría del aprendizaje en la enseñanza
Aunque una teoría válida del aprendizaje no pueda instruimos sobre la
manera de enseñar (dicho esto en sentido prescriptivo), sí nos ofrece el punto
de partida más factible para descubrir los principios generales de la enseñanza
que puedan formularse en términos de los procesos psicológicos que intervienen
y de las relaciones de causa y efecto. Es con base en una teoría del aprendizaje
como podemos establecer nociones defendibles de la manera como los factores
decisivos de la situación de aprendizaje-enseñanza pueden manipularse
efectivamente. Los únicos otros enfoques posibles consisten en variar al azar
los factores de la enseñanza o en confiar en la intuición; pero estos enfoques
no sólo son demasiado laboriosos, sino que también, producen únicamente leyes
empíricas que no pueden formularse en términos generales con respecto a las
condiciones psicológicas y a los procesos cognoscitivos relevantes
involucrados.
Una teoría adecuada del aprendizaje no es, desde luego, condición
suficiente para mejorar la enseñanza. Los principios válidos de ésta se basan
necesariamente en principios sustanciales del aprendizaje pero, como se
mencionó antes, no constituyen aplicaciones simples y directas de tales
principios. Las leyes del aprendizaje del salón de clases no hacen otra cosa
que conferirle dirección general al descubrimiento de los principios de la
enseñanza eficaz; pero no indican lo que son tales principios. Formular los
principios de la enseñanza exige muchas investigaciones suplementarias que
tengan en cuenta los problemas prácticos y las nuevas variables de la
enseñanza que no estén implícitas en los principios del aprendizaje mismo. En
otras palabras, puede considerarse que los principios básicos de la enseñanza
son derivaciones aplicadas de la teoría del aprendizaje escolar; son producto
de un tipo ingenieril de investigación que se basa en las modificaciones de la
teoría del aprendizaje, necesarias para superar las dificultades prácticas o
debidas a la aparición de nuevas variables en la tarea de enseñar.
Smith (1960) afirma que con sólo conocer “la causa de un fenómeno” no
es posible controlado con “fines prácticos”. Por ejemplo, podemos conocer la
causa de una enfermedad sin que sepamos cómo tratada; y también podemos
tratada con buenos resultados sin saber su causa. Es innegable que muchas
invenciones prácticas y útiles tuvieron lugar accidentalmente y sin comprender
sus porqués; pero, ¿quién se atrevería a defender un resultado así como
estrategia de investigación deliberada? Ordinariamente, los
científicos buscan métodos prácticos de control que puedan relacionarse con
enunciados generales de la relación entre las variables pertinentes
involucradas. La superioridad de este enfoque coexiste con el hecho de que los
métodos de control relacionables con principios generales no sólo son
comprensibles e interpretables, sino también más susceptibles de ser
transferidos a otros problemas prácticos. Podríamos descubrir como hecho
empírico, por ejemplo, que con el método X de enseñanza se facilita el aprendizaje;
pero el valor práctico de tal conocimiento sería extremadamente limitado. ¿No
sería preferible formular el problema de investigación de modo que pudiésemos
averiguar de qué manera el método X influye en las variables psicológicas
relevantes y en los estados cognoscitivos que intervienen en el transcurso de
la facilitación del aprendizaje? Buscar métodos de enseñanza más eficaces, que
puedan describirse tan sólo en términos de las características del acto de
enseñar y que no pueden relacionarse con las leyes del aprendizaje es
derrochar tiempo y esfuerzo. Aun cuando los científicos tropiecen accidentalmente
con leyes empíricas útiles, acometerán inmediatamente nuevas investigaciones
orientadas hacia la formulación de hipótesis con el propósito de explicar en
términos más generales los fundamentos del descubrimiento.
La interdependencia de las teorías del aprendizaje y las de la enseñanza
Aunque el conocimiento de la causación no implique el descubrimiento inmediato
de procedimientos de control, sí constituye un auxilio en la búsqueda de tales
procedimientos. Por una parte, estrecha el campo de investigación; por otra,
'Sienta las bases para ensayar procedimientos que han probado su utilidad en
el control de condiciones relacionadas. Con saber que la tuberculosis era
causada por un microorganismo, por ejemplo, no se lograron inmediatamente ni
la cura ni la manera de prevenir dicha enfermedad, pero se abrió la posibilidad
de ensayar vacunas, sueros inmunizadores, antisepsia, cuarentenas y
quimioterapias, que habían tenido éxito en el tratamiento de otras enfermedades
infecciosas. En el mismo sentido, conocer la causa del cáncer hoy ayudaría
inconmensurablemente a descubrir su remedio, y el conocimiento de la naturaleza
y de las variables esenciales involucradas en la adquisición de conceptos
'sería de invaluable ayuda para idear métodos eficaces de enseñar conceptos.
Como lo señala Hilgard, sin embargo, las prácticas científicas dentro
del campo de la enseñanza no tienen por qué aguardar forzosamente a que haya
acuerdo entre los teóricos del aprendizaje:
Si nos fuera imposible actuar sin una
teoría del aprendizaje con la que todos concordasen, la situación sería realmente
terrible. Es necesario decir por lo menos dos cosas. Una de ellas, que el
desacuerdo entre los teóricos puede deberse a la interpretación de un conjunto
de hechos en los que, como tales, todos concuerdan; en este caso, a menudo el
problema no es de tal naturaleza que tenga que perturbar a la persona práctica.
Por lo tanto, con recompensas puede controlarse el aprendizaje en una
situación dada e interpretarse el hecho en términos de contigüidad, reforzamiento
o información. Aunque, a la larga, la interpretación correcta fuese algo diferente,
en el estado actual de la tecnología, esto no sería muy importante. . . En
segundo lugar, la tecnología de la enseñanza se sustenta en algo más que la
teoría del aprendizaje (Hilgard, 1964, págs. 402-403).
En conclusión, por lo tanto, las teorías del aprendizaje y las de la
enseñaza son más interdependientes que mutuamente exclusivas. Ambas son
necesarias para una ciencia pedagógica completa y ninguna de ellas es sustituto
adecuado de la otra. Las teorías de la enseñanza deben basarse en teorías del
aprendizaje, pero deben tener también un enfoque más aplicado; esto es, ocuparse
más de la manera de manejar los problemas.
ESTRATEGIA DE INVESTIGACIÓN DE LA PSICOLOGÍA EDUCATIVA
Pocas personas irían en contra de la afirmación de que la educación es
una ciencia aplicada o de ingeniería. Es una ciencia aplicada[2]
porque se ocupa de la realización de ciertos fines prácticos que tienen valor
social. La naturaleza precisa de estos fines es muy controvertida, tanto en
función de su esencia como de su énfasis relativo. Para algunos individuos, la
función de la educación es trasmitir la ideología de la cultura y un cuerpo
nuclear de conocimientos y habilidades intelectuales. Para otros, la educación
se ocupa ante todo del desenvolvimiento óptimo de la potencialidad humana para
el desarrollo y el logro; y no únicamente con respecto a las capacidades
cognoscitivas, sino también en lo concerniente a las metas y el ajuste de la
personalidad. Pero la discrepancia respecto de los fines no remueve a la
educación de su categoría de ciencia ni tampoco la hace menos rama aplicada del
conocimiento. Podría mencionarse, de paso, que los ingenieros automotrices
tampoco concuerdan del todo en las características que debe reunir el auto
“ideal”; y los médicos discrepan violentamente al formular una definición de
salud.
Independientemente de los fines que se elijan, una disciplina aplicada
se convierte en ciencia sólo cuando trata de fundamentar los medios propuestos
para alcanzar ciertos fines conforme a proposiciones empíricamente validables.
Las operaciones involucradas en tal empresa se agrupan bajo el término común
de “investigación”. Lo que se discute aquí se relaciona con la naturaleza de la
investigación en la ciencia aplicada o, más específicamente, en la educación.
¿Es la investigación en materia educativa un campo legítimo con una metodología
y problemas teóricos propios, o meramente involucra la operación de aplicar
conocimientos de disciplinas científicas “puras” a los problemas prácticos de
la pedagogía?
Aunque la
educación es una ciencia aplicada, los psicólogos educativos han manifestado
una tendencia a extrapolar indiscriminadamente hallazgos de investigación de
estudios de laboratorio sobre situaciones simplificadas de aprendizaje al
ambiente del aprendizaje en el salón de clases. Esta tendencia refleja la
fascinación que muchos investigadores sienten por la técnica de la “ciencia
básica” para investigar dentro del campo de las ciencias aplicadas, así como
sus fracasos de apreciar sus limitaciones inherentes. Argumentan que la psicología
educativa progresa más rápidamente cuando se concentra indirectamente en los
problemas de la ciencia básica de la psicología general que cuando ataca de un
modo directo los problemas aplicados que son más propios del campo. Spence
(1959), por ejemplo, se da cuenta de que el aprendizaje en el salón de clases
es tan complejo que difícilmente permitiría el descubrimiento de las leyes
generales del aprendizaje. Propugna una aplicación directa a la situación de
salón de clases de las leyes del aprendizaje descubiertas en el laboratorio;
sin embargo, ve muy poco espacio para aplicar estas últimas leyes a los
problemas de la práctica educativa. Hilgard (1964) y Melton (1959) adoptan una
posición más ecléctica. Se proponen encontrar las leyes científicas básicas
del aprendizaje tanto en los contextos de laboratorio como de salón de clases,
y dejar a los tecnólogos educativos la tarea de realizar la investigación
necesaria para poner en práctica tales leyes en el salón de clases.
La posición que hemos adoptado hasta aquí es la de que los principios
que gobiernan la naturaleza y las condiciones del aprendizaje escolar pueden
descubrirse sólo a través de un tipo aplicado o ingenieril de investigación
que tenga en cuenta tanto a los tipos de aprendizaje que se dan en el salón de
clases como las características más notorias de los al nos. No podemos simplemente
extrapolar al salón de clases las leyes generales de aprendizaje de la ciencia
básica que se derivan del estudio en laboratorio de casos mucho más sencillos
y cualitativamente diferentes de aprendizaje. Los intentos por hacerla así son
extremadamente tortuosos; por ejemplo, el de Mandler (1962) por explicar el
funcionamiento cognoscitivo complejo en función de las leyes de asociación, o
la explicación de Sheffield (1961) del aprendizaje jerárquico de materiales
secuencialmente organizados en términos del principio del condicionamiento
contiguo.
Antes de que el tecnólogo educativo pueda aspirar a realizar la
investigación preparatoria para efectuar cambios científicos en las prácticas
de enseñanza, requiere que se establezcan las leyes del aprendizaje de salón de
clases a nivel aplicado.[3]
Puede ayudarse con los principios generales de la enseñanza que ocupan un
lugar intermedio, a niveles de generalidad y de prescripción, entre las leyes
del aprendizaje de salón de clases y los '“problemas tecnológicos a los que se
enfrenta. Al contrario de lo que sostiene Spence (1959), la mayor complejidad y
las grandes variables determinantes que intervienen en el aprendizaje de
salón de clases no excluyen la posibilidad de descubrir leyes precisas, y de
gran generalidad, de una situación educativa a otra. Significa que tal investigación
exige ingenio experimental y un uso elaborado de las técnicas modernas del
diseño de investigación.
[1] Véase
el glosario, al final del libro, para examinar una breve definición de estos
términos, los cuales son también analizados con amplitud en muchos de los
capítulos subsecuentes.
[2] El término “aplicada” se utiliza aquí para distinguir las ciencias que persiguen fines
prácticos, de las ciencias “básicas”, que poseen diferente orientación.
Aplicada no quiere decir que el contenido de las disciplinas prácticas consista
en aplicaciones de las disciplinas “básicas”. Lo “aplicado” son los problemas,
antes que los conocimientos de las ciencias aplicadas.
[3] Estas leyes son tan “básicas” como las de las
ciencias básicas. Los términos “básico” y “aplicado” se refieren a la
distinción, ya hecha, entre
ciencias básicas (puras) y aplicadas (prácticas). “Básico” no significa
“fundamental”. En este sentido, la investigación aplicada es tan “básica”
dentro de su dominio como la investigación de las ciencias puras.
1.2 La importancia del aprendizaje
La distinción entre procesos perceptuales y cognoscitivos en el
aprendizaje verbal significativo es particularmente difícil de definir porque
en ambas clases de proceso hay interacción del estímulo verbal de entrada con
la estructura cognoscitiva. Percibimos mensajes verbales y aprendemos
cognoscitivamente sus significados al interpretarlos con base en el
conocimiento existente. La diferencia entre los dos procesos es de inmediatez y
complejidad. En la percepción hay un contenido inmediato de conciencia antes
de la intervención de procesos cognoscitivos complejos como los del
aprendizaje por recepción. En la cognición, hay procesos como el de relacionar
el material nuevo con los aspectos pertinentes de la estructura cognoscitiva,
averiguar de qué manera el nuevo significado resultante puede reconciliarse
con el conocimiento establecido, y recodificarlo en términos más familiares e
idiosincráticos.
En estas condiciones, el significado verbal resulta de relacionar e
incorporar materiales verbales potencialmente significativos con la estructura
cognoscitiva existente (generando con ello nuevos y diferenciados contenidos
cognoscitivos); y si se concede que este proceso de aprender (adquirir)
significados es de naturaleza cognoscitiva, ¿cuándo y cómo, dentro de
esta secuencia de acontecimientos, participa la percepción en el
aprendizaje verbal significativo? Que en una operación intelectual dada haya un
contenido de conciencia inmediato (la percepción), por una parte, o procesos
intelectuales más complejos (cognición), por otra, depende en alto grado de la
complejidad de la tarea de aprendizaje en comparación con la madurez cognoscitiva
del alumno, y también de que el material nuevo se esté aprendiendo por primera
vez o ya sea significativo (Ausubel, 1965f). Aprender que ciertos
símbolos auditivos para el niño que está aprendiendo el significado de las
palabras. De la misma manera, entender funcionalmente las propiedades sin
tácticas y distintivas de las palabras de una oración es también un problema
cognoscitivo para el mismo niño; presupone tanto un dominio mínimo del código
sin táctico como la capacidad de aplicar tal conocimiento para descifrar esa
oración; sin embargo, en adelante cuando ya se dominan totalmente las
palabras habladas y la sintaxis, el niño es capaz de captar sus significados
denotativos y sus funciones sintácticas de modo puramente perceptual.
Esta sucesión de acontecimientos relativos a la cognición y a la percepción
se repite luego, a medida que el niño aprende a leer palabras y
oraciones en la escuela. Dicho de otro modo, una vez que los símbolos hablados
y escritos se encuentran muchas veces y se vuelven significativos, en ocasiones
ulteriores serán aprehendidos (significativamente) al instante y sin esfuerzo
(es decir, perceptualmente).
La situación es algo más compleja al entender proposiciones expresadas
en forma de oración. En este caso, la proposición misma es siempre una tarea
de aprendizaje nueva cuyo significado tiene que adquirirse, aun cuando ya se
sepan los significados y las funciones sintácticas de las palabras componentes
y, por tanto, puedan ser aprehendidas (entendidas) perceptualmente. Entender
una oración es así un proceso de dos etapas en que hay sucesivamente percepción
y cognición. En la primera etapa está la percepción del material potencialmente
significativo y en la segunda, la relación de los significados potenciales percibidos
con las proposiciones pertinentes de la estructura cognoscitiva. En la primera
etapa el alumno percibe lo que es el mensaje, o sea, lo que tiene que
aprender; en la segunda, entiende lo que percibe, es decir, adquiere su
significado. Así pues, la percepción precede a la cognición. El producto del
proceso perceptual no es el significado proposicional mismo, sino el contenido
inmediato de conciencia que sigue a la interpretación preliminar de la entrada
sensorial (visual o auditiva), suministrada por la tarea de aprendizaje
potencialmente significativa. Este contenido de conciencia perceptual es intermediario,
tanto temporalmente como en función de la complejidad del proceso, entre la
sensación original y el surgimiento real de los significados. Consiste en la
conciencia tanto de los distintos significados de las palabras componentes
como de las relaciones sintácticas entre ellas, pero cesa tan pronto como la
aprehensión del significado del mensaje proposicional como un todo.
En consecuencia, para entender una oración es preciso ser capaz de
percibir el significado proposicional en potencia que comunica (entender los
significados denotativos y las funciones sin tácticas de sus palabras componentes)
y luego incorporar este significado potencial percibido a la estructura
cognoscitiva existente. En el primer paso hay por igual conocimiento adecuado
del vocabulario y captación funcional, si no es que formal, de la sintaxis. En
el segundo paso hay que relacionar la proposición percibida con las ideas de
afianzamiento pertinentes de la estructura cognoscitiva.
Los encuentros repetidos con, o la exposición a, las mismas proposiciones
potencialmente significativas cambian la relación, especificada en párrafos
anteriores, entre la cognición y la percepción. En el primer encuentro, se
percibe primero el mensaje potencialmente significativo y luego se incorpora
el contenido percibido a la estructura cognoscitiva para producir un
significado correspondiente. Pero en cuanto el mensaje se vuelve
significativo, quizá ya desde la segunda presentación, los dos procesos,
cognición y percepción, terminan por “ensamblarse” y formar uno solo. Es
decir, por consecuencia del surgimiento inicial del significado y del cambio
concomitante en la estructura cognoscitiva, el alumno se vuelve sensible al
significado potencial del mensaje en los ulteriores encuentros con éste.
Captado su significado, el mensaje ya no representa un problema cognoscitivo:
trasmitirá inmediatamente (sin intervención de ningún proceso cognoscitivo)
el significado real, en vez del puramente potencial, cuando sea percibido.[1]
Pues aunque la adquisición de significados es un proceso cognoscitivo,
es propio referirse al contenido cognoscitivo evocado por una proposición ya
significativa como producto de una percepción en vez de un aprendizaje.
En resumen, dominados el código sintáctico y el vocabulario básico,
los únicos aspectos cognoscitivos que hayal comprender una oración están
asociados con relacionar las ideas que contiene tal oración con las
proposiciones pertinentes que existan en la estructura cognoscitiva. Los
significados denotativos y las funciones sin tácticas de las palabras
componentes ya son significativos y, por tanto, pueden aprehenderse perceptualmente.
Inclusive captar el significado proposicional mismo llega a ser un proceso
simplemente perceptual después de que el mensaje se repite varias veces.
Una de las dificultades que observamos en los niños que están
aprendiendo a leer es que gran parte del material didáctico que se utiliza es
esencialmente no significativo para el niño. En consecuencia, las
palabras componentes no forman proposiciones que sean significativas para él y
no puede, por tanto, comprender las frases u oraciones a través de sus
procesos cognoscitivos habituales. Al intentar preparar materiales de lectura
que sean “fáciles” para el principiante, hemos producido esencialmente
materiales sin sentido que niegan el poder del aprendizaje significativo y de
la percepción asociada como herramientas útiles para descifrar el código
impreso.
IMPORTANCIA DEL APRENDIZAJE SIGNIFICATIVO
EN LA ADQUISICIÓN DEL CONOCIMIENTO
Ya hemos señalado la importancia del conocimiento pertinente que existe
en la estructura cognoscitiva para la facilitación del aprendizaje
significativo. El conocimiento nuevo se vincula intencionada y sustancialmente
con los conceptos y proposiciones existentes en la estructura cognoscitiva.
Cuando, por otra parte, el material de aprendizaje se relaciona arbitrariamente
con la estructura cognoscitiva, no puede hacerse empleo directo del
conocimiento establecido para internalizar la tarea de aprendizaje. En el
mejor de los casos, los componentes ya significativos de la tarea de
aprendizaje pueden relacionarse a las ideas unitarias que existen en la
estructura cognoscitiva (con lo que se facilita indirectamente el aprendizaje
por repetición de la tarea en su conjunto); pero esto no hace de ninguna
manera que las asociaciones arbitrarias recién internalizadas sean por sí
mismas relacionables como un todo con el contenido establecido de la
estructura cognoscitiva, ni' tampoco las hace útiles para adquirir nuevos
conocimientos. Y dado que la mente humana no está diseñada eficientemente para
internalizar y almacenar asociaciones arbitrarias, este enfoque permite que se
internalicen y retengan únicamente cantidades limitadas de material, y esto
sólo después de muchos esfuerzos y repeticiones. Ya hemos señalado el problema
que este enfoque crea en los niños que están aprendiendo a leer.
De la misma manera, el mismo hecho de que una idea nueva se vuelva significativa
después de ser aprendida significativamente, es de suponerse que se haga
intrínsecamente menos vulnerable, que las asociaciones arbitrarias internalizadas
a la interferencia de otras asociaciones del mismo tipo, y de ahí que sea más
susceptible de ser retenida. Además, el mantenimiento de esta misma ventaja de
relacionabilidad no arbitraria (gracias al afianzamiento del
significado nuevo con su idea establecida correspondiente durante el periodo
de almacenamiento) extiende todavía más el lapso de retención.
Además, la naturaleza sustancial o no literal de
relacionar e incorporar así el material nuevo a la estructura cognoscitiva
salva las drásticas limitaciones impuestas por las brevedades de la retención
de ítemes y del periodo del recuerdo mecánico en el procedimiento y
almacenamiento de información. Es obvio que puede aprehenderse y retenerse
mucho más si se le pide al alumno que asimile únicamente las sustancias de las
ideas en lugar de las palabras exactas empleadas para expresadas.
La capacidad, característicamente humana, para el aprendizaje verbal
significativo depende, claro, de capacidades cognoscitivas como la
representación simbólica, la abstracción, la categorización y la
generalización. Es la posesión de estas capacidades lo que hace posible, a fin
de cuentas, el descubrimiento original y el aprendizaje eficiente de
conceptos y proposiciones genéricos y, con ello, la adquisición ulterior de la
información y las ideas más detalladas y relacionables que constituyen el volumen
del conocimiento.
Otra manera de compensar las limitaciones para procesar y almacenar información,
del cerebro humano, es la descrita por Miller (1956). Se le denomina
fragmentación o comprensión (chunking) y procede de la teoría de
la, información. La fragmentación se refiere al proceso de reordenar sucesivamente
la entrada del estímulo en una “secuencia de fragmentos” más pequeña y
organizada más eficientemente. Miller sugiere que la recodificación lingüística
es el dispositivo más poderoso que los seres humanos poseen para ampliar la
cantidad de información que pueden procesar y recordar, y, por tanto, para
adquirir grandes cuerpos de conocimiento.
Miller y Selfridge argumentan en contra de la importancia del
significado en el aprendizaje aplicando este tipo de análisis, basado en la
teoría de la información, al problema de explicar por qué el discurso conexo
pero sin sentido se recuerda mejor que las sartas de palabras sin conexión
lingüística y la prosa expresiva. En este caso, la compresión 'se efectúa
agrupando (comprimiendo) series de palabras que dependen sucesivamente unas de
otras, en unidades mayores (frases), y luego recordando las frases en lugar de
las palabras individuales. En estas circunstancias, el esquema de
recodificación procede de las restricciones contextuales que caracterizan al
discurso conectado lingüísticamente, que forman parte de la estructura del lenguaje
y que son aprendidas implícitamente por todos los que lo utilizan. Estas
restricciones contextuales se definen en razón de “probabilidades dependientes”,
es decir, la dependencia estadística de la elección de una palabra en
particular en relación con las palabras que la preceden, o el grado en que la
elección de una palabra dada está determinada por las precedentes. A medida
que aumenta la restricción con textual u orden de aproximación al inglés en una
secuencia dada de palabras, el aprendizaje se facilita cada vez más. Esto
obedece a que el mensaje “preserva las asociaciones de espectro reducido del
idioma inglés que son tan familiares para nosotros” (Miller y Selfridge, 1950,
pág. 183), y permite, por consiguiente, comprimir o construir frases. “De
hecho, cuando las dependencias contextuales de rango reducido son preservadas
en el material sin sentido, éste se recuerda con la misma prontitud que el
material significativo. Con base en esto, se argumenta que las dependencias
contextuales que se extienden a cinco o seis palabras permiten la
transferencia positiva, y que en lugar del significado son estas dependencias
familiares lo que facilita el aprendizaje” (Miller y Selfridge, 1950, pág.
184).
Pero del análisis cuidadoso de estos hallazgos se patentiza que los mecanismos
compensatorios como el de comprimir no hacen otra cosa que aumentar la
capacidad mecánica del alumno para aprehender y retener información; por
ejemplo, Miller y Selfridge demostraron inequívocamente que el material sin
sentido, si manifiesta las mismas restricciones contextuales que la prosa potencialmente
significativa, se recordará tan fácilmente como el significativo, pero es
importante no olvidar que ellos exigieron el recuerdo al pie de la letra de
las prosas. Tal aprendizaje al pie de la letra o por repetición del
discurso conexo potencialmente significativo excluye obviamente todas las
ventajas del procesamiento y almacenamiento de información del aprendizaje
verbal significativo; es superior (de la misma manera que también lo es el aprendizaje
por repetición de material conexo sin sentido) al aprendizaje por
repetición de palabras desvinculadas lingüísticamente tan sólo porque el
flujo de la secuencia del material conexo se conforma a las restricciones
contextuales familiares del lenguaje, que posibilitan la construcción de
frases. Por otra parte el verdadero aprendizaje significativo presupone tanto
que la tarea de aprendizaje es potencialmente significativa como que el
alumno muestra una actitud hacia el aprendizaje significativo. Así pues,
independientemente de cuánto significado potencial sea inherente a un pasaje
dado de un discurso conexo, el material se aprenderá todavía por repetición
mientras la actitud del alumno sea la de asimilado al pie de la letra. En
resumen, por sus actitudes hacia el aprendizaje por repetición, los
'sujetos de este experimento nunca tuvieron una buena oportunidad de demostrar
que el aprendizaje significativo del material constituido por prosa
fuese superior al aprendizaje por repetición de material sin sentido y
lingüísticamente conexo.
En consecuencia, no se puede aplicar la conclusión de Miller, de que
“son estas dependencias familiares en lugar del significado lo que facilita el
aprendizaje” a cualquier otra situación aparte de la artificial en que haya
aprendizaje al pie de la letra o por repetición. Adquirir grandes volúmenes de
conocimiento es sencillamente imposible si no hay aprendizaje significativo.
La coherencia del discurso, lograda por “comprensión”, facilita indudablemente
el aprendizaje y la retención; pero a menos que el aprendizaje sea también
significativo será muy poco el conocimiento, organizado de cualquier otra
manera, que pueda asimilarse.
Es satisfactorio notar una creciente conciencia por parte de los
psicólogos entrenados en la teoría conductista de que el significado es
una variable importante que influye en la velocidad y en la cantidad del
aprendizaje. En un artículo más reciente de Simon (1974), se vuelve a examinar
el concepto de una memoria” comprimida” expresado por Miller (1956), junto con
los problemas metodológicos que se han encontrado en la investigación
tradicional sobre la memoria. Simon reporta en varios estudios, que incluyen
datos empíricos, que el tamaño de un “comprimido” de la memoria depende del procedimiento
experimental utilizado, de la experiencia previa de los sujetos y del
significado del material. Por ejemplo, los grandes maestros y los buenos
jugadores del ajedrez pueden recordar la posición de las piezas (de 20 a 25)
casi sin errores después de una exposición de 5 a 10 segundos, mientras que
los jugadores ordinarios únicamente pueden colocar correctamente media docena
de piezas. Sin embargo, esto último es cierto sólo cuando se han utilizado
posiciones de un juego real. Los expertos y los buenos ajedrecistas no
son mejores que los aficionados cuando las piezas se colocan al azar sobre
el tablero. Estos estudios demuestran claramente la importancia de las
variables de la estructura cognoscitiva en el aprendizaje y en la determinación
del tamaño del “comprimido” siempre y cuando la tarea de aprendizaje posea el
potencial para el aprendizaje significativo. Si el recuerdo al pie de la letra
no fuese necesario en estos estudios, la importancia de la variación
individual de la estructura cognoscitiva guardaría una relación aún más fuerte
con el éxito en el aprendizaje.
Teoría de la asimilación
A lo largo de este libro enfatizaremos el proceso de aprendizaje
significativo, pues es el proceso más importante que se ha de realizar en el
aprendizaje escolar. Desde que estas ideas fueron descritas por primera vez
en The Psychology of Meaningful Verbal Learning (Ausubel, 1963) muchas
personas interesadas en la aplicación de la teoría del aprendizaje al área
escolar, han encontrado útiles los conceptos aquí expresados. Es un poco
sorprendente, por lo tanto, que los libros recientes acerca de las teorías del
aprendizaje no hagan mención de la teoría presentada en el libro antes
mencionado ni de la primera edición de este libro. En parte, la explicación
debe residir en las “gafas conceptuales” (por utilizar un término de Kuhn,
1962) que muchos psicólogos estadounidenses usan y en la consecuente
incapacidad para comprender o para aceptar teorías del aprendizaje que no se
basan en los conceptos conductistas originales. Por lo tanto, hacemos un gran
hincapié en la descripción específica de la teoría de la asimilación que
constituye la base en que se apoya este libro.
La teoría de la asimilación pertenece a la familia de las teorías
cognoscitivas del aprendizaje que rechazan el dogma conductista de que no se
debe especular sobre los mecanismos internos de la mente. La psicología
conductista es de naturaleza periférica (comp. Strike, 1974), y
determina que sólo los estímulos aplicados y la conducta observable resultante,
constituyen los componentes legítimos que merecen estudiarse. En contraste, las
psicologías cognoscitivas se ocupan de procesos como la formaciónn de conceptos
y de la naturaleza de la comprensión humana de la estructura y 'sintaxis del
lenguaje. Las teorías psicológicas conductistas tienen sus orígenes
principalmente de la investigación sobre la conducta animal o de estudios con
humanos en los que las tareas de aprendizaje eran, ante todo, de naturaleza mecánica.
Dado que los animales no forman conceptos genuinos, y que el aprendizaje de
los mismos es esencial para la comprensión humana (comp. Toulmin, 1972), debe
ser evidente que las primeras teorías conductistas pueden tener valor para la
interpretación del aprendizaje de las especies infrahumanas, pero deben
considerarse aún más en una teoría del aprendizaje para que puedan servir de
apoyo a las prácticas educativas en las escuelas.
Hasta este punto hemos tratado de esclarecer las diferencias entre el
aprendizaje significativo y el aprendizaje por repetición. Los procesos de
inclusión, el aprendizaje supraordinado y el aprendizaje combinatorio son
procesos cognoscitivos internos y, por tanto, no forman parte de las
teorías conductistas del aprendizaje. Hemos hecho hincapié en que la
adquisición de información nueva depende en alto grado de las ideas pertinentes
que ya existen en la estructura cognoscitiva y que el aprendizaje
significativo de los seres humanos ocurre a través de una interacción de
la nueva información con las ideas pertinentes que existen en la estructura
cognoscitiva. El resultado de la interacción que tiene lugar entre el nuevo
material que se va a aprender y la estructura cognoscitiva existente
constituye una asimilación de significados nuevos y antiguos para formar
una estructura cognoscitiva más altamente diferenciada. En las secciones
subsecuentes examinaremos con mayor detalle los procesos involucrados en la
asimilación de significados nuevos a medida que el aprendizaje significativo
prosigue. Las ideas presentadas hasta aquí están resumidas en la tabla 2.2.
LA ADQUISICIÓN DE SIGNIFICADOS: APRENDIZAJE INFORMAL DE LA SINTAXIS
En términos lingüísticos, la gramática se compone principalmente del
conjunto específico de reglas sintácticas, aceptadas por la generalidad de los
hablantes de un idioma, que gobiernan la inflexión de las palabras y la manera
de combinadas para formar oraciones. Es, en efecto, un código sin táctico que
consiste, entre otras cosas, en:
a) Palabras de unión
(preposiciones, conjunciones);
b) Palabras
especificativas (artículos, adjetivos demostrativos);
c) Inflexiones para
indicar el número, género, persona, caso, tiempo, modo, y
d) Reglas de la
posición de las palabras, que agregan significado de relaciones al discurso
conexo.
Desde el punto de vista psicológico, sin embargo, las reglas
sintácticas desempeñan ante todo la función de transacción, consistente
en relacionar entre sí, y de modo confiable, ideas expresadas verbalmente (imágenes
y conceptos), todo esto con el propósito de generar y entender ideas nuevas.
Por consiguiente, cuando se declina adecuadamente un grupo de palabras que
luego se combinan conforme a reglas prescritas, la secuencia resultante no es
tan sólo gramaticalmente correcta, sino que también comunica la idea que pretende
el hablante o escritor. Lo común, por consiguiente, será que una palabra dada
de una oración trasmita un significado denotativo distintivo y, en virtud de
su particular función sintáctica dentro de la oración (sujeto, objeto, verbo),
suministre información semántica adicional que contribuya a la
comprensión del significado de' la proposición. De hecho, se necesita a menudo
conocer la función sintáctica de una palabra antes de que se pueda aprehender
su significado denotativo, como por ejemplo en el caso de las palabras de
significado diferente pero que suenan igual, o de ciertas palabras que pueden
desempeñar al mismo tiempo funciones de nombres y verbos.
Los principales problemas psicológicos con respecto a la gramática
son, pues, especificar los procesos cognoscitivos que intervienen al generar y
comprender oraciones y descubrir la manera como los niños aprenden a identificar
y a emplear con propiedad las diferentes categorías sin tácticas. Aspectos
especiales del primer problema ya fueron analizados con algún detalle al
principio de este capítulo. Del segundo, se tratará brevemente más adelante.
La teoría de la asimilación sostiene que la influencia genética sobre
el aprendizaje del lenguaje se concentra principalmente en la capacidad con
la que los niños adquieren conceptos y proposiciones, y ésta puede ser
influida obvia y sustancialmente por la experiencia. Algunos lingüistas
destacados como Chomsky (1957, 1972), Katz (1966), Lennenberg (1967) y McNeill
(1970) afirman que los genes controlan el desarrollo de la gramática innata.
Chomsky (1972, pág. 9) asegura que: “los genes no pueden saber desde el
nacimiento cuál idioma va a aprender el niño, pero éste debe saber que su gramática
tiene que asumir una forma predeterminada de modo que elimine muchos
idiomas concebibles” (énfasis añadido). Chomsky (1959) echa abajo los
argumentos de Skinner cuando éste intenta (Skinner, 1957) entrar en el terreno
lingüístico al utilizar ejemplos de carácter gramatical para apoyar la validez
de la teoría conductista (la de él mismo). Creemos que Chomsky y sus colegas
únicamente han echado abajo lo que ahora es generalmente reconocido como una
falacia, es decir, las explicaciones conductistas del aprendizaje verbal
humano. En términos de la teoría de la asimilación, todo lo que un niño
necesita para comprender una oración nueva es que ésta pueda relacionarse
intencionada y 'sustancialmente con los conceptos existentes y las proposiciones
establecidas en su estructura cognoscitiva, incluyendo conceptos de estructura
y función sintácticas adquiridos mediante la exposición repetida a múltiples
ejemplos del lenguaje adulto.
De manera similar, el niño puede generar una variedad infinita de enunciados
que representen afirmaciones verbales significativas concernientes a conceptos,
proposiciones o relaciones. En nuestra opinión, las proposiciones naturalistas
de Chomsky y de otros representan un punto de vista no parsimonioso y
preformativo de la conducta verbal humana que no es necesario para la
explicación de la manera como los individuos adquieren, utilizan y comprenden
el lenguaje. Las funciones sintácticas se adquieren como cualquier concepto
durante la primera infancia (a través de la formación de conceptos), y no
existe ninguna paradoja, como algunos lingüistas aseguran, en la comprensión
de la manera como los individuos pueden comprender y generar una cantidad
infinita de oraciones a partir de un vocabulario finito, si uno aplica
simplemente los principios básicos de la teoría de la asimilación.
El aprendizaje informal de la sintaxis es un proceso de aprendizaje
gradual y extenso, comparable a otras formas de aprendizaje y retención
significativos; pero, en este caso, la propia estructura del lenguaje es la
tarea de aprendizaje u objeto del mismo. La gramática de que se valen los niños
muy pequeños difiere obviamente de la de los adultos, lo que no impide que
manifieste una estructura distintiva en cada etapa específica: estructura que
se relaciona de alguna manera “reducida” con la empleada por los adultos, y de
la cual se deriva (Brown y Fraser, 1963). Un análisis psicológico completo de
las estructuras sintácticas sucesivas que van evolucionando durante la
primera infancia requeriría de especificar los procesos cognoscitivos que
intervienen, las variables esenciales que influyen en tales procesos, y la
función desempeñada por las características generales de la etapa prevaleciente
del desarrollo cognoscitivo; pero como la adquisición formal de la sintaxis se
realiza generalmente casi dos años antes de que los niños ingresen a la
escuela, el análisis detallado conforme a los lineamientos indicados rebasaría
obviamente el alcance de un libro de texto de psicología educativa. De cualquier
modo, las diversas etapas de adquisición de la sintaxis todavía no se han
entendido por completo;[2]
sin embargo, debiera notarse que el dominio funcional del código sin táctico
del propio lenguaje se adquiere inductivamente, mediante prolongadas
prácticas de desciframiento del significado de oraciones; por tanto, una vez
dominado el código en varios niveles de complejidad, se presentan en realidad
pocos problemas para aplicar tales conocimientos, ya sea para entender
(descifrar) oraciones o para generarlas (codificarlas).
LA ADQUISICIÓN DE SIGNIFICADOS: APRENDIZAJE DE LA LECTURA.[3]
Aprender a leer es, esencialmente, un asunto de aprender a percibir el
significado potencial de mensajes escritos y luego, de relacionar el
significado potencial percibido con la estructura cognoscitiva a fin de
comprenderlo. El lector principiante, que ya es capaz de percibir el
significado potencial de los mensajes hablados debe adquirir ahora la
misma habilidad en relación con los mensajes escritos. Como los significados
denotativos y las funciones sintácticas de las palabras componentes que se
encontrará ya los conoce en sus correspondientes formas habladas, aprender
a leer constituye obviamente una tarea cognoscitiva menos importante que el
aprendizaje original del lenguaje hablado. En otras palabras, el principiante
no está aprendiendo en realidad un código simbólico completamente nuevo, sino
más bien el equivalente escrito de un código hablado conocido, cuyos
vocabulario y sintaxis ya domina.
La característica psicológica predominante del aprendizaje en la
lectura es, por consiguiente, que el proceso de aprendizaje depende del dominio
previo del lenguaje hablado, y también de que tal dominio sirva de medio para
percibir el significado potencial de los mensajes escritos. De hecho, el niño
aprende a leer su lenguaje materno reelaborando mensajes escritos en forma de
mensajes hablados. Trata de establecer la equivalencia representativa entre
nuevas palabras escritas y sus contrapartes habladas ya significativas. En
vista de esta importante función mediadora del lenguaje hablado en el
aprendizaje del desciframiento del significado de mensajes escritos, es
teóricamente insostenible enseñar a leer, tratando de establecer equivalencias
directas entre los nuevos símbolos visuales y sus significados (objetos
o imágenes). La práctica común en las escuelas primarias de mostrar imágenes y
palabras impresas de un gato, casa o silla específicos, y utilizar estas
palabras para representar un concepto más genérico, a menudo sólo constituye
una fuente de confusión para el niño que prefiere emplear otros medios que
representan mejor el concepto verbalmente denominado. Por lo tanto, el
concepto impreso con los significados que el profesor presenta puede conducir a
una disonancia cognoscitiva sustancial.
Aprender a reconstruir mensajes escritos en forma de mensajes verbales
comprende por lo menos dos pasos principales. Primero está el problema de
convertir palabras escritas en palabras habladas; pero este problema se resuelve
con menos dificultades mediante la base alfabética que sirve para organizar la
mayoría de los lenguajes escritos. Así pues, las palabras escritas no son sólo
configuraciones de símbolos visuales, que representan arbitrariamente a
sus contrapartes auditivas. Lejos de ello, hay una relación más o menos legal
entre la combinación de sonidos discernibles (fonemas) que constituyen la
palabra hablada y la combinación análoga de letras (grafemas) que forman la
correspondiente palabra escrita. El principiante debe aprender, por consiguiente,
la manera de convertir grafemas y combinaciones de éstos en sus equivalentes
fonémicos, y luego aprender a reunir combinaciones grafémicas y reconstruidas
en forma de palabras habladas. En este último proceso de reconocimiento de
palabras, le sirven de ayuda indicios como el conocimiento de las combinaciones
grafémicas más comunes (prefijos y sufijos) y el conocimiento del contexto más
amplio en que se presenta el mensaje escrito.
El segundo paso para reconstruir el mensaje escrito consiste en
aprender a combinar y convertir grupos de palabras escritas en frases y
oraciones habladas. Con esto, el conocimiento del código sin táctico del
lenguaje hablado puede emplearse para percibir el significado potencial del
mensaje escrito. El lector principiante será capaz, en otras palabras, de
aprehender directamente las funciones sin tácticas de las palabras del mensaje
escrito; a fin de percibir su significado proposicional potencial las traduce,
por consiguiente, a un mensaje hablado, confiando en su conocimiento intuitivo
de la sintaxis del lenguaje hablado.
No obstante, adquirida cierta facilidad en la lectura, parece
razonable suponer que el lenguaje hablado ya no desempeña ninguna función
mediadora en la percepción del significado potencial de los mensajes escritos.
Es absurdo suponer, por consiguiente, que inclusive en la lectura hábil en
silencio, “el lector no responde solamente a símbolos visuales... [sino]
también a cierta clase de reconstrucción de un mensaje hablado que aquél deriva
del mensaje escrito” (Carroll, 1964, pág. 338). En lugar de esto, el lector
diestro percibe directamente tanto los significados denotativos de las
palabras de una oración como sus funciones sintácticas, sin necesidad de
reconstruir previamente las palabras o frases en forma de sus contrapartes
habladas. Cuando ya se puede prescindir del proceso reconstructivo, estos
significados surgen como contenidos de conciencia (perceptuales) inmediatos.
Entonces, la capacidad para leer de manera normal llega a ser funcionalmente
autónoma de su asociación previa con el lenguaje hablado; sin embargo, se
sobreentiende que los significados denotativo y sintáctico, percibido s
directamente, tienen que relacionarse primero con las ideas pertinentes de la
estructura cognoscitiva antes de que produzcan el significado proposicional
real.
Podemos comparar la adquisición de la capacidad para percibir los
significados denotativo y sintáctico, directamente de los mensajes escritos,
con la capacidad que el estudiante de idiomas experimentado termina por
adquirir para hablar y entender otra lengua sin necesidad de traducida primero
a la suya propia. En ambos casos, depender de la función mediadora de un código
ya significativo queda restringido a la fase de aprendizaje de la
capacidad para el nuevo lenguaje. En resumen, el proceso cognoscitivo que
caracteriza a la adquisición de una capacidad nueva no se aplica
necesariamente al ejercicio ulterior de tal capacidad.
En realidad, aunque lo común sea que los lectores pasen característicamente
por una etapa de reconstruir mensajes escritos en forma de mensajes hablados,
esta etapa de reelaboración no es absolutamente necesaria en el proceso de
aprender a leer; por ejemplo, los sordomudos pueden aprender a leer sin ser
capaces de usar o entender el lenguaje hablado. Uno puede aprender a leer otro
idioma —sin aprender primero a hablado o a entenderlo— con sólo convertir las
frases del otro idioma en los equivalentes de nuestro propio lenguaje. Esto no
quiere decir, desde luego, que no deba aprovecharse la ventaja del dominio que
el niño normal tiene sobre el lenguaje hablado al enseñarle a leer su propia
lengua y, por la misma razón, cuando ya sabe leer no tiene caso insistir en que
está dependiendo en ese momento de la función mediadora del lenguaje
hablado.
Métodos fonéticos en contraste con métodos globales para la enseñanza de la lectura
Con fundamento en el análisis anterior de los procesos cognoscitivos
que intervienen en, el aprendizaje de la lectura, el llamado método fonético o
fónico de enseñar a leer (esto es, hincapié en el reconocimiento de las letras
y las correspondencias entre grafemas y fonemas antes de la práctica real de
la lectura) tiene, psicológicamente, más sentido que el de enseñar a los
niños a reconocer palabras íntegras desde el principio (el método de “ver y
decir”). El enfoque fonético hace menos arbitrario el problema del
reconocimiento de palabras dándole al niño un código legal con el cual pueda
reconstruir palabras escritas, habitualmente sin sentido pero potencialmente
con él, en forma de sus equivalentes hablados y ya significativos. El
reconocimiento de palabras llega a ser así una manera más racional de resolver
el problema, que la de adivinar al azar; es decir, se convierte en un proceso
de descifrar legalmente la palabra escrita desconocida aplicando los
conocimientos previos de las correspondencias entre grafemas y fonemas, con la
ayuda de otros indicios como el contexto. Por otra parte, el método de “ver y
decir” convierte al idioma escrito (por ejemplo el español), basado en su
mayor parte en correspondencias entre grafemas y fonemas, regulares y
aprendibles, en un lenguaje escrito pictórico y no alfabético como el chino.
En pocas palabras, el método de “ver y decir” corresponde más cercanamente al
polo repetitivo de nuestro continuo de aprendizaje, mientras que el uso de
grafemas y fonemas implica el empleo del aprendizaje significativo de representaciones.
Es verdad, claro, que los niños que aprenden a leer con el método de “ver y
decir” tienden espontáneamente a adquirir algunas impresiones sobre la
correspondencia entre grafemas y fonemas, y también a valerse de estas
impresiones para descifrar palabras desconocidas; pero este aprendizaje por
descubrimiento de la correspondencia entre grafemas y fonemas, azaroso,
incidental y falto de guía, difícilmente constituye un procedimiento de
enseñanza justificado dado que este conocimiento puede trasmitirse mucho más
eficientemente en forma de recepción guiada, sistemática y convenientemente
programada.
En el aprendizaje de las correspondencias entre grafemas y fonemas los
alumnos no tienen que aprender forzosamente un conjunto de reglas formales.
Esto sería muy poco práctico a la edad en que se inicia la enseñanza de la lectura.
En lugar de ello, tal aprendizaje entraña la necesidad de prácticas guiadas en
lo que respecta a responder fónicamente a las combinaciones de letras que se
encuentran con más frecuencia en las palabras, de modo que el niño adquiere una
idea intuitiva de la correspondencia entre grafemas y fonemas. Así pues, a la
larga llega a ser capaz de responder automáticamente con los equivalentes
fonémicos correctos de los diferentes grafemas y combinaciones grafémicas.
A veces, se ha defendido a los métodos globales para la enseñanza de la
lectura con la afirmación de que los lectores maduros perciben palabras e
inclusive frases completas de una sola vez, y no letras o sílabas individuales.
Claro está que esto es cierto, pero de ninguna manera viene al caso en este
problema. Lo que se aplica a los lectores diestros no se aplica necesariamente
a los alumnos que apenas están aprendiendo a leer. Las técnicas empleadas por
un experto al ejecutar una habilidad compleja difícilmente serían
recomendables como ejercicios prácticos convenientes para el principiante; por
ejemplo, el aprendiz del código Morse piensa en función de unidades de letras,
pero no en términos de unidades de palabras y frases, más grandes, las cuales
son características de las operaciones de trasmisión y recepción que ejecuta
el telegrafista experto.
Por último, es importante tener en cuenta que los enfoques fonético y
global no tienen por qué ser procedimientos mutuamente excluyentes ni en la
teoría ni en la práctica. Los partidarios del método fonético enseñan ordinariamente
el reconocimiento de palabras globales de algunos de los vocablos más comunes,
como medio de hacer posible primero la lectura de un texto significativo
sencillo, para con ello aumentar el interés, la confianza en sí mismo y la
motivación del lector principiante; y los partidarios del método de “ver y decir”
casi siempre comienzan introduciendo varios grados de análisis fónico después
de que sus alumnos adquieren cierta facilidad para leer. La diferencia
entre las dos escuelas de pensamiento son, en la actualidad, de velocidad de
avance y de hincapié relativo; sin embargo, esta diferencia sigue siendo importante
tanto teórica como prácticamente; y aunque todavía no se dispone de
testimonios empíricos definitivos, los argumentos de la escuela fonética, en
nuestra opinión, se sustentan en bases teóricas más sólidas.
ADQUISICIÓN DE SIGNIFICADOS: APRENDIZAJE DE UN SEGUNDO IDIOMA
Según Bernard: “Aprender un idioma consiste fundamentalmente en
adquirir otro conjunto de símbolos para los significados antiguos y
familiares”. Así como. aprendemos a leer estableciendo equivalencias
representacionales entre símbolos escritos nuevos y símbolos hablados
familiares y ya significativos, y reelaborando mensajes escritos en forma de
mensajes hablados, así también aprendemos un nuevo lenguaje estableciendo
equivalencias representativas entre los nuevos símbolos del idioma (hablados
y escritos) y sus contrapartes ya significativas del lenguaje materno, y luego
reelaborando mensajes de otro idioma en forma de mensajes en la lengua natal.
Por eso es obvio que el estudiante de otro idioma está en una posición
psicológica muy diferente de la que ocupa el estudiante del lenguaje materno.
En primer lugar, aquél ya domina el vocabulario básico y el código sin táctico
de un idioma. En segundo lugar, por lo general es capaz de leer este idioma.
Y, por último, es capaz de comprender y aplicar proposiciones sintácticas
enunciadas formalmente. Así pues, “el estudiante... se adentra en el otro
idioma con el mecanismo de un primer idioma fijado ya en su pensamiento y en su
habla, y de ninguna manera se propone descartar ni olvidar su propio idioma”
(Bernard, 1951, pág. 89).
La técnica audio-lingual
La gran popularidad de que gozan actualmente los métodos
audio-linguales para aprender idiomas constituye algo más que la reacción
desmedida a las antiguas técnicas pedagógicas que se concentraban casi
exclusivamente en la lectura, la traducción y la composición, y que abandonaban
la comprensión oral y la habilidad para hablar. Refleja también, en parte, la
muy difundida creencia cultural de que la técnica audio-lingual debe constituir
obviamente el método más eficaz para adquirir idiomas y de que debiera
emplearse con los estudiantes de mayor edad, pues los niños aprenden en la
forma “natural” (audio-lingual), y aparentemente obtienen mucho mejores
resultados en esta empresa que las personas mayores que son sometidas a
procedimientos de lectura y de instrucciones gramaticales de índole más formal.
Pero esta manera de argumentar, en nuestra opinión, es vulnerable en
dos respectos. En primer lugar, sea en el terreno teórico o en el de
investigación, es difícil fundamentar la tesis de que los niños, al aprender su
lengua materna u otra, son realmente superiores a los adolescentes y a los
adultos cuando se trata de aprender otros idiomas. En segundo lugar, aun
cuando esto fuese cierto, de todos modos no habría ninguna razón para creer
que los métodos que producen resultados satisfactorios con niños
necesariamente los producirán con adultos. Estos métodos se emplean no porque
posean más eficacia demostrable en todas las condiciones, sino porque
la inmadurez cognoscitiva de los niños y la falta de ciertas habilidades
intelectuales en ellos excluye muchas técnicas que sí son factibles con grupos
de personas mayores.
El de la naturalidad es argumento
resbaladizo porque lo natural para un grupo de edad no lo es forzosamente para
otro. Este punto sería defendible únicamente si las respectivas dotaciones
cognoscitivas de los estudiantes de otro idioma y las de los estudiantes del
propio idioma fuesen comparables. No siendo este el caso, lo que es natural
para un estudiante, resulta completamente artificial para otro. Por los muy
importantes cambios, ya mencionados, de la disposición cognoscitiva, que ocurren
como consecuencia del dominio que el alumno tiene de su propio idioma, la
técnica audio-lingual tiene ciertos rasgos psicológicamente incompatibles con
los procesos del aprendizaje eficaz de los adultos. Entre esos rasgos se
cuentan:
a) El aprendizaje
“directo” de los significados y las funciones sintácticas del otro idioma; es
decir, se evita la función mediadora del lenguaje materno;
b) El aprendizaje de frases por repetición;
c) El aprendizaje inductivo, en vez de deductivo, de
las generalizaciones gramaticales;
d) Presentación amplia de la forma hablada del idioma
antes de la forma escrita, y
e) La insistencia en exponer al principiante a la
“velocidad natural de traducción del lenguaje hablado (Ausubel, 1964a).
Exclusión de la lengua materna
Con el método audio-lingual se pretende evitar en todas las formas
posibles la función mediadora de la lengua materna en el aprendizaje de otro
idioma. Se persigue este objetivo a través del aprendizaje mecánico de frases
y por medio del aprendizaje inductivo de las reglas sin tácticas; por
asociación directa de las palabras y frases de otro idioma con objetos,
imágenes y situaciones, en lugar de hacerla con las palabras de la lengua
materna; enseñando ese otro idioma en los términos del mismo; y prohibiendo la
costumbre de traducir.
En realidad, para el alumno es tan utópico como ineficaz pretender
salvar la función mediadora de su lengua materna cuando aprende otra lengua.
En primer lugar, después de la primera infancia, incluso la:
...mayor parte de nuestra propia lengua
es aprendida... no por ningún método directo; es decir, sin asociación directa
de palabras y cosas, sino indirectamente, por medio de símbolos antiguos
y ya conocidos, por ejemplo, el aprendizaje de los sinónimos, los antónimos, la
definición o el contexto del habla o la materia de la lectura... Es claro, por
consiguiente, que... la asociación directa de... símbolos nuevos con sus objetos
respectivos es, por fuerza, totalmente impropia para aprender una nueva lengua...
En realidad... aun donde hay la posibilidad de hacer asociaciones directas del
símbolo nuevo con el objeto, los símbolos antiguos intervienen siempre al
principio e involuntariamente (Bernard, 1951, págs. 91-92).
Además, es importante reconocer que aprendemos el código sintáctico
nuevo empleando como modelo la sintaxis del propio lenguaje y observando
después las semejanzas y las diferencias entre ambos. Este tipo de análisis se
realiza también en la lengua materna. Así pues, hay numerosos aspectos del
conocimiento del primer lenguaje: el significado de la mayoría de los
conceptos, la comprensión de las categorías y las funciones sintácticas, la
facilidad para emplear muchos patrones estructurales que son casi idénticos en
ambos idiomas que Son transferibles directamente al aprendizaje del segundo
lenguaje. Sería, por tanto, no únicamente impracticable, sino también imposible
prescindir de estos conocimientos en la adquisición de otro idioma.
Evitar la función mediadora de la lengua, es algo que suele
justificarse con dos razones. En primer lugar, se argumenta que los niños no
aprenden su propia lengua por mediación de otra; pero este argumento está
completamente fuera de lugar pues el alumno de la lengua materna no posee
ningún conjunto de símbolos significativos y, en consecuencia, no puede
disponer de ninguna influencia mediadora aun cuando así lo quiera; pero si tal
conjunto estuviese a su alcance, sería quimérico no emplearlo,
independientemente de que la tarea nueva consistiese en aprender a leer o en
aprender otra lengua. En segundo lugar, se señala que las personas realmente
bilingües piensan directamente en el otro lenguaje en vez de traducir de su lengua
materna; pero debe tenerse en cuenta que aunque este último estado de cosas es
generalmente cierto, refleja también un estado terminal de eficiencia
en el empleo de otro idioma y no describe la situación de aprendizaje cuando la
persona bilingüe es apenas un principiante.
Lo que casi siempre pierden de vista quienes
abogan por el método directo y por la lectura inmediata y directa es que
“captar directamente de la página escrita el pensamiento, sin ninguna intervención
de la lengua materna” constituye ya una etapa avanzada de eficiencia y
que lo fundamental es aprender primero el significado de las numerosas
palabras o frases individuales que componen la página. Hay aquí una obvia
confusión de los medios con los fines: del objetivo inmediato con el final.
Nosotros deseamos, ciertamente, que nuestros estudiantes lean directa y fluidamente
otro idioma con la menor interferencia posible de la lengua materna. Pero
este es, o debiera ser, el resultado final, la meta de nuestra enseñanza,
y de ninguna manera el medio de alcanzarla. ¿Cómo podríamos ponernos a esperar
que los alumnos leyesen directa y fluidamente otro idioma cuando que esto es lo
mismo que esperamos que logren como resultado de nuestra enseñanza?
(Bernard, 1951, pág. 95).
Aprendizaje de
frases por repetición
Toda vez que los niños muy pequeños ignoran explícitamente las
funciones y las categorías sintácticas, se supone a menudo que sus capacidades
lingüísticas consisten en hábitos verbales repetitivos; pero lo
cierto es que la capacidad para entender y generar oraciones implica, aun en
los niños, un proceso de aprendizaje significativo en que hay por lo menos
algún conocimiento implícito de las contribuciones denotativas y sintácticas de
las palabras componentes al significado total de la oración. Esto último es
claramente reconocido en las escuelas británicas “para infantes”, en donde la
lectura y la escritura se enseñan dentro del contexto de las actividades
especiales desempeñadas por el estudiante. En los estudiantes mayores este
conocimiento, especialmente cuando se trata de aprender otro idioma, existe de
manera mucho más implícita y abstracta y, por tanto, el aprendizaje significativo
constituye una consideración todavía más importante que hay que hacer al
enseñar a estos últimos en comparación con los niños.
Sin embargo, el enfoque audio-lingual tiende a suponer que el
aprendizaje de otro idioma, tanto en niños como en adultos, es en gran parte un
proceso de aprendizaje verbal repetitivo. Tanto en la “práctica de patrones”
como en la de diálogos memorizados[4]
no hay ningún conocimiento del significado de la frase o, en el mejor de los
casos, lo hay de la frase total. Por tal razón, el alumno no entiende ni
las funciones sintácticas de las palabras componentes ni las contribuciones
denotativas y sin tácticas de las palabras individuales al significado
total de la frase. Prevalece una relación de significado puramente arbitraria
(repetitiva) en lugar de una relación legal, entre el significado de la frase
y los elementos componentes de la misma.
En estas condiciones, apenas sorprende que los patrones gramaticales
específicos puedan ser emitidos perfectamente dentro de un contexto familiar y
estructuralmente limitado, o que puedan hacerse sustituciones, transformaciones
y elaboraciones sencillas; pero no ocurre así cuando las palabras nuevas de un
contexto más amplio y desconocido no pueden encajarse dentro del patrón
aprendido, o que las mismas palabras y categorías sin tácticas no pueden combinarse
otra vez en patrones diferentes para expresar ideas distintas. En contraste
con esto, el principal objetivo transferible que la práctica de patrones
verdaderamente significativos debiera proponerse es precisamente el
conocimiento de la función sin táctica de cada palabra y también de su
contribución semántica al significado total de la frase. Cuando el alumno
manifiesta este conocimiento, le es posible:
a) Construir una frase estructuralmente comparable, que
exprese una idea enteramente diferente, en que cada palabra componente guarde
una relación sin táctica con el significado total de la frase, análoga al
conjunto de relaciones prevalecientes entre las palabras componentes y el
significado total de la frase modelo aprendida. Y
b) Volver a combinar palabras familiares y funciones
sin tácticas conocidas en un aprendizaje de nuevos patrones gramaticales.
El remedio, por consiguiente, no estriba en eliminar la práctica de
patrones lingüísticos sino en hacer que éstos sean significativos. El
aprendizaje de otro idioma requiere obviamente de sobre-aprender los patrones
estructurales básicos y característicos de ese idioma; pero a menos que el
alumno aprecie la relación exacta entre las manipulaciones verbales que
practique y los cambios de significado que induzca con tales manipulaciones, la
práctica no será muy transferible.
Aprendizaje inductivo de las reglas gramaticales
Con la práctica de patrones lingüísticos se busca reproducir en el
aprendizaje de otro idioma el proceso por el cual los niños llegan a dominar sintácticamente
su lengua materna. Se trata de lograr, ante todo, una captación funcional e
intuitiva de la sintaxis, después de inducir muchas experiencias en la manipulación
de los principales patrones estructurales de ese lenguaje. Cuando se proporcionan
generalizaciones gramaticales, se hace únicamente después de que los
principios en cuestión se han adquirido de manera inductiva e intuitiva y son
empleados en forma virtualmente automática.
Los niños muy pequeños tienen que aprender, desde luego, las
reglas sintácticas a través del proceso inductivo de descubrir varias
regularidades lingüísticas en los multiformes patrones lingüísticos a los que
son expuestos una y otra vez; pero las generalizaciones gramaticales no tienen
para ellos absolutamente ningún sentido, pues se manifiestan del todo
incapaces de entender relaciones complejas entre abstracciones; sin embargo,
este tipo de aprendizaje por descubrimiento exige demasiado tiempo y es
innecesario cuando nos ocupamos de alumnos de mayor edad, quienes son
perfectamente capaces de comprender proposiciones sintácticas abstractas. Hace
falta mucho tiempo para descubrir, autónoma e inductivamente, las reglas
gramaticales; y mientras no se hace el descubrimiento correcto, la práctica no
es transferible. Además, en tanto que las reglas se comprendan tan sólo
intuitiva e implícitamente, transferidas a situaciones comparables queda
restringido a lo que es ana lógicamente muy semejante y obvio.
Por otra parte, el empleo deductivo de las generalizaciones
gramaticales es, decididamente, más eficaz para aprender otro idioma. No tiene
que gastarse tiempo en descubrimientos, y tanto la generalización como la
experiencia de aplicar éstas a modelos adecuados son transferibles desde el
mismo principio de la práctica. Como proposición establecida de manera
abstracta, precisa y explícitamente, una generalización gramatical es también
más susceptible de ser transferida a situaciones nuevas.
Presentación previa de materiales en forma hablado
Principio cardinal del enfoque audio-lingual es el de que los
materiales de enseñanza deben presentarse en forma hablada antes que en forma
escrita, y que las destrezas de escuchar y hablar deben adquirirse antes que
las de lectura y de escritura.
La principal razón que se da para justificar este orden de adquisición
de destrezas consiste en que es el orden “natural” en que los niños aprenden
su lengua materna; pero de que un niño tenga que aprender a hablar y
entender su lengua natal antes de que pueda leer, no se desprende
necesariamente que, sabiendo esto último, haya de seguir la misma secuencia de
acontecimientos al aprender otro idioma. Aprendida una nueva destreza como la
de la lectura, ésta puede emplearse obviamente como instrumento para adquirir
nuevos conocimientos. No es natural esperar que después de que un individuo
haya aprendido a leer y a escribir tenga que seguir aprendiendo de la misma
manera que cuando era alfabeto.
Otra razón en pro de este orden de aprendizaje está en la creencia de
que puede conducir a la “lectura directa” de otro idioma. Se sostiene que,
cuando se pueden entender y hablar varios ítemes de material en otro lenguaje,
también puede leerse sin ninguna práctica explícita en la lectura como tal.
Esto tendría, además, la ventaja de evitar cualquier tendencia a traducir el
material como si se estuviese leyendo. Los testimonios de investigación
disponible (Agard y Dunkel, 1948), indican que las capacidades audio-linguales
y de lectura, sin embargo, son entidades distintas que se desarrollan
independientemente. Aunque la práctica en una sea parcialmente transferible a
la otra, especialmente a niveles elevados de eficiencia, para dominar cada una
de ellas es preciso cierto entrenamiento específico.[5]
Otra razón más todavía en favor de la presentación previa de los
materiales en forma hablada radica en la posibilidad de que la forma escrita de
otro idioma genere interferencias fonológicas procedentes de la lengua
materna, ya que los mismos grafema s tienen a veces valores fonémicos
diferentes. Por otra parte, puede argumentarse plausiblemente que, tarde o
temprano, el individuo aprenderá a asociar los grafemas de otro idioma con sus
equivalentes fonémicos, y que podrá enfrentarse también a esta interferencia
de su propio lenguaje y aprender a superada desde el principio mismo.[6]
Pasando ahora al otro lado de la discusión,
pueden aducirse dos buenas razones en favor de presentar, tanto alternada
como concomitantemente, materiales escritos y hablados de otro idioma. En
primer lugar, en nuestra cultura, los adolescentes y los adultos están habituados
a aprender más ideas y temas nuevos, leyendo que escuchando. Así pues, un
enfoque puramente audio-lingual priva al alumno de mayor edad de su principal
herramienta de aprendizaje y del medio de enseñanza con el que se siente más
cómodo y confiado. Esto es particularmente lamentable durante las primeras
fases de la enseñanza, en que las tensiones del aprendizaje tienden a ser
mayores. En segundo lugar, la familiarización previa con la forma escrita del
material y la exposición simultánea a este mismo pueden servir de apoyo en las
primeras etapas de la adquisición de las habilidades de comprensión oral. Por
la falta de familiaridad con los sonidos nuevos, con las secuencias no características
de sonidos, y con el orden de las palabras y los patrones sin tácticos característicos
del segundo lenguaje, es muy difícil para el principiante distinguir las
palabras aisladas, las formas inflexivas y los grupos de palabras con sólo escuchados;
por tanto, a menudo es incapaz de captar el significado del material hablado y,
asimismo, carece de aptitud para apreciar su estructuración sin táctica lo
bastante bien como para realizar transferencias.
La lectura simultánea puede facilitar las claves necesarias para el
significado y para percibir la estructura sintáctica en tanto se desarrollan
las habilidades para escuchar. A medida que aumenta la comprensión oral, pueden
omitirse pasajes específicos de la lección escrita hasta que finalmente este
tipo de material sea completamente superfluo.
“Interpretación o traducción a la velocidad natural”
del lenguaje hablado
En el enfoque audio-lingual lo común es que los principiantes sean
expuestos a la “interpretación natural” del lenguaje hablado, supuestamente
para acostumbrados al “ritmo natural” del lenguaje. Se señala que los niños
terminan por aprender a entender 'su lengua materna en circunstancias
comparables; sin embargo, en términos de ganancia por unidad de tiempo de
aprendizaje debiera ser evidente que la práctica de escuchar, mejora
principalmente la habilidad de comprensión oral, hasta que lo que se oye se
entiende también. Así pues, si la muestra de habla escuchada por el alumno es
demasiado rápida para que la entienda, poco será lo que contribuya a mejorar su
capacidad para comprender el lenguaje hablado. Además, aun siendo capaz de
comprender el material en términos generales, tal vez no sea capaz de
distinguir los principales patrones estructurales lo bastante bien como para
transferidos a situaciones en que tenga que hablar o escuchar.
Por consiguiente, como el aprendizaje relativo a comprender el lenguaje
hablado constituye un proceso muy gradual” es innegable que el principiante
debiera recibir ayuda consistente en una velocidad de habla menor, que se acelerase
progresivamente a medida que mejora su comprensión oral. La simplificación
artificial se justifica siempre durante las primeras etapas de cualquier
proceso de aprendizaje. Cuando cualquier pasaje de material dado se le presenta
al principiante, éste puede naturalmente, ser expuesto a una versión más lenta
para luego pasar a la interpretación a velocidad normal.
LENGUAJE Y FUNCIONAMIENTO COGNOSCITIVO
No obstante, que el funcionamiento cognoscitivo pre-verbal existe y
caracteriza a la conducta y al pensamiento de organismos infrahumanos y de
niños muy pequeños, desempeña una función relativamente secundaria en el aprendizaje
escolar.[7]
En todos los propósitos prácticos, la adquisición de la materia de estudio depende
de formas verbales y otras del aprendizaje simbólico. De hecho, esto obedece a
que, gracias al lenguaje y a la simbolización, llegan a ser posibles las
formas más complejas de funcionamiento cognoscitivo.
Traducir la experiencia a forma simbólica,
con sus medios concomitantes de hacer referencias, transformaciones y
combinaciones remotas, abre dominios de posibilidades intelectuales cuyos órdenes
de magnitud superan al poderoso sistema de formación de imágenes... Cuando el
niño ha logrado internalizar el lenguaje como instrumento cognoscitivo, queda
a su alcance representar y transformar sistemáticamente las regularidades de
la experiencia con eficacia y flexibilidad mayores que tan te s (Bruner, 1964a,
págs. 13-14).
Testimonios de varias fuentes indican que en algún punto entre el
cuarto y el quinto año de vida, el lenguaje asume un papel predominante en el
funcionamiento cognoscitivo. Luria (1959) ha demostrado que la
“internalización” del habla a esta edad (es decir, su capacidad lingüística en
formas no vocal ni comunicativa) coincide con el surgimiento del lenguaje como
principal factor directriz en la instigación, control y organización de la
conducta. El mismo cambio de estímulos al control cognoscitivo-verbal de la
conducta aparece en el aprendizaje de discriminación (Kendler, 1963) y en la
capacidad para trasponer una relación aprendida a un par análogo de estímulos
(Alberts y Ehrenfreund, 1951; Kuenne, 1946); por ejemplo, después de que el
niño “verbal” aprende a elegir el miembro mayor de un par de cubos, puede
transferir esta relación aprendida a pares semejantes de cualquier tamaño
absoluto. Los hallazgos experimentales en materia de aprendizaje de discriminación
(Kendler y Kendler, 1961; Spiker, 1963), aprendizaje de transposición (Spiker
y Terrel, 1955) y formación de conceptos (Lacey, 1961; Weir y Stevenson, 1959)
sugieren que la superioridad del aprendizaje verbal respecto del funcionamiento
cognoscitivo pre-verbal es atribuible al hecho de que los aprendizajes
simbólicos pueden identificarse, transformarse y recibir respuestas diferenciales
con mucha más eficiencia que los estímulos o situaciones representadas por
símbolos.[8]
Finalmente, a esta edad, el niño ya domina la sintaxis como para entender y
generar enunciados proposicionales de regular complejidad.
Análisis paralelos del desarrollo del lenguaje y el pensamiento
(Inhelder y Piaget, 1958; Vygotski, 1962) sugieren también que el desarrollo
del pensamiento lógico está vinculado en gran parte al desarrollo de la capacidad
lingüística. En términos estrictamente teóricos, sería difícil negar que hay,
por una parte, cierto grado de relación causal entre los logros lingüístico s
como la representación simbólica, el dominio de la sintaxis, la
internalización del lenguaje y la adquisición de términos y relaciones más
abstractos y, por otra parte, avances en el desempeño cognoscitivo como la
internalización de las operaciones lógicas, el surgimiento de la capacidad
para entender y manipular relaciones entre abstracciones sin necesidad de
experiencias empíricas concretas y recientes, y la adquisición de la capacidad
para pensar en función de relaciones hipotéticas entre variables (véase
capítulo 6).
Gran parte de las fallas habidas al apreciar la importante función facilitadora
del lenguaje en el funcionamiento cognoscitivo obedece, por supuesto, al
reflejo del punto de vista popularizado por los partidarios del movimiento de
“educación progresiva” de que el aprendizaje verbal consiste necesariamente en
expresiones verbales memorizadas mecánicamente; pero refleja también la
confusión que existe entre las funciones de clasificación y de proceso del
lenguaje. Hendrix, por ejemplo, afirma que “en el orden natural de
los acontecimientos, la abstracción llega primero y luego se le inventa
un nombre” (Hendrix, 1950, pág. 335). Según esta investigadora, la comprensión
y el descubrimiento de ideas es por completo un “proceso sub-verbal interno”;
la sustancia entera de una idea yace en el discernimiento sub-verbal. El
lenguaje únicamente ingresa en el cuadro por la necesidad de asignarle un
símbolo o etiquetar la idea sub-verbal emergente, de modo que pueda ser
registrada, verificada, clasificada y comunicada a los demás. La
verbalización, asegura ulteriormente (1947), no es tan sólo innecesaria para la
generación y transferencia de ideas y la comprensión, sino también
verdaderamente dañina cuando se emplea para estos propósitos. “El
problema resultante, entonces, es el de cómo planear y realizar la enseñanza,
de modo que el lenguaje pueda usarse para sus funciones secundarias necesarias
(la clasificación) sin dañar la cualidad dinámica del aprendizaje mismo”
(Hendrix, 1961, pág. 292).
¿ En qué medida son razonables estas proposiciones? Supongamos, por
principio, que existe un tipo sub-verbal de discernimiento y que este es el
que muestra ratas, monos y chimpancés en situaciones de aprendizaje
experimental, y también el de las mascota s domésticas, los caballos de silla,
los animales de corral, las reses salvajes, los niños y los adultos en toda una
variedad de situaciones cotidianas de resolución de problemas. ¿Pero es
gracias a este tipo de discernimiento que los seres humanos han creado
culturas y sido capaces de descubrir y asimilar conocimientos en campos como el
de la física, la química, la biología, las matemáticas y la filosofía, que
están mucho más allá de los alcances de caballos, pollos o monos? ¿O es por el
poder de transferencia cualitativamente superior de la generalización verbal
o simbólica?.
A lo que Hendrix se refiere es, por supuesto, a la función de
etiquetar o nombrar que el lenguaje desempeña en el pensamiento. La elección
de un símbolo arbitrario en particular para representar una abstracción nueva
sobreviene obviamente después del proceso de abstracción y no se
relaciona orgánicamente con éste, pero ese no es el única papel del
lenguaje en el proceso de abstracción, ni tampoco es la primera vez que
se emplea en este mismo proceso. La verbalización hace mucho más que iluminar
verbalmente la flor de lis del discernimiento sub-verbal; hace más que atar un
asidero simbólico a una idea, para que pueda ser registrada, verificada,
clarificada y comunica con más prontitud. Constituye, más bien, una parte integral
del proceso mismo de adquirir nuevas ideas abstractas que influye tanto en
la naturaleza como en el producto de los procesos cognoscitivos que
intervienen en la generación de nuevos conceptos y proposiciones abstractas.
Una de las importantes influencias del lenguaje en el desarrollo de los
conceptos ha sido estudiada cuidadosamente por Whorf, particularmente en
contraste de los dialectos indígenas americanos con los lenguajes europeos o
los dialectos ingleses. Whorf (1956, pág. 158) afirma que: «los conceptos de
“tiempo” y “materia” no han sido proporcionados por la experiencia en la misma
forma sustancial a todos los hombres, sino que ello depende de la naturaleza
del lenguaje o lenguajes a través de cuyo uso aquellos se han desarrollado». El
acto real de dar un nombre arbitrario a una abstracción generada, no es por
supuesto, parte integrante del proceso de abstracción en sí mismo. En este punto
el lenguaje es una mera clasificación; pero el lenguaje
interviene también por lo menos de dos maneras, en los aspectos de proceso de
la abstracción y el pensamiento. En primer lugar, el hecho de que las
abstracciones posean nombres -que sus significados puedan representarse con
palabras- desempeña un papel muy importante en el proceso de generar conceptos
nuevos a partir de las abstracciones que los constituyen. Examinando
retrospectivamente, por ejemplo, el proceso de abstracción que antecede al
etiquetamiento de un concepto nuevo acabado de generar, es evidente que este
proceso nunca podría ocurrir sino fuese por el poder de representación de las
palabras. Al abstraer, categorizar, diferenciar y generalizar aspectos de
conceptos conocidos que se combinan y transforman para formar nuevas
abstracciones, las ideas genéricas sencillamente no son lo suficientemente manipulables
como para ser manejadas de las maneras indicadas. Es únicamente porque los
significados de conceptos complejos pueden representarse con palabras aisladas
que estas operaciones de combinación y transformación resultan posibles. Así
pues, explotando la singular manipulabilidad de los símbolos representativos
es posible generar conceptos y proposiciones nuevas que trasciendan con mucho
—en inclusividad, generalidad, claridad y precisión— en el nivel de
abstracción que podría alcanzarse si los conceptos no tuviesen nombres.
Nominar las ideas es, por consiguiente, prerrequisito importante para usarlas
ulteriormente en la conceptualización y otras formas de pensamiento,
salvo, claro está, en el caso de generar conceptos y proposiciones nuevas a un
nivel muy bajo de abstracción.
En segundo lugar, el lenguaje desempeña una función importante en la
verbalización, o sea, la codificación dentro de las oraciones, del nuevo
producto intuitivo o sub-verbal (concepto o proposición) que surge de las
operaciones de transformación donde interviene el pensamiento. Verbalizar ideas
sub-verbales (expresarlas verbalmente en forma de proposición en
contraste con el acto último de nombrarlas) es un proceso de
refinamiento, gracias al cual tales ideas se vuelven mucho más claras, más
explícitas, más precisas y más nítidamente delineadas. Por consiguiente, serio
error es creer que la sustancia total de una idea, así como todo lo
que corresponde a su poder de transferencia, yace en su forma sub-verbal, como
asegura Hendrix (1950). La añeja noción filosófica de que la verbalización
“simplemente refleja el pensamiento” o “lo viste” es encantadoramente poética,
pero tiene escaso valor psicológico o explicativo en la actualidad. Por medio
de sus importantes funciones de refinamiento la verbalización agrega mucho al
significado y a la transferibilidad de los productos del pensamiento y debe
considerarse por ello, parte integrante del proceso mencionado. “Piaget
distingue dos aspectos dentro de la cognición: uno operativo, que actúa
sobre y transforma un estado de la realidad, la base de la comprensión
inteligente; y otro figurativo, que se refiere a la configuración
estática. Mientras que el funcionamiento simbólico, de acuerdo con Piaget, es
indisociable de la cognición humana, un producto simbólico en particular (por
ejemplo, una imagen, el lenguaje) puede ser considerado [únicamente] como un
apoyo pero no como un elemento constituyente de la operacionalidad” (Furth,
1967).
En conclusión, puede afirmarse que el lenguaje contribuye en tres
formas importantes a la formación de conceptos ya la resolución de problemas.
Primero, las propiedades de representación de las palabras facilitan los
procesos de transformación que intervienen en el pensamiento. Segundo, la
verbalización de los productos sub-verbales que surgen de estas operaciones,
antes de nombrados, mejora y perfecciona sus significados y, con ello, aumenta
su poder de transferencia; sin embargo, en sentido más amplio la adquisición
del lenguaje capacita también a los seres humanos en desarrollo para que
adquieran, a través de aprendizajes por recepción o por descubrimiento, vastos
repertorios de conceptos y principios que no podrían descubrir por ellos
mismos durante todas sus vidas. Tal es el caso porque la capacidad humana para
el simbolismo representativo y la verbalización hacen posible:
a) La generación original (descubrimiento) de
ideas a un nivel singularmente elevado de abstracción, generalidad y
precisión; y
b) La acumulación y la trasmisión de estas ideas durante
el curso de la historia cultural.
Los alcances y la complejidad de las ideas
adquiridas gracias al aprendizaje por recepción posibilitan y fomentan, a su
vez, un nivel de desarrollo cognoscitivo individual que sería absolutamente
inconcebible si no existiese el lenguaje. Por último, los tipos de conceptos
que los individuos aprenden en una cultura particular están profundamente
influidos, como Whorf ha demostrado, por el vocabulario y la estructura del
lenguaje a que han sido expuestos en esa cultura. Ya hemos demostrado que
Piaget denigra seriamente al papel del lenguaje en el pensamiento simbólico al
negar que desempeñe un papel de proceso (operativo) en los aspectos de
transformación y combinación del pensamiento. El surgimiento de las operaciones
lógicas complejas (“acciones de internalización”, según Piaget)
también sería inconcebible si no existiese el lenguaje. El pensamiento
pre-operacional (pre-lingüístico) es cualitativamente discontinuo con respecto
al pensamiento operacional (lingüístico) (Ausubel, 1968a, 1968b).
[1] En parte por este efecto de “telecopiarse” (el
surgimiento inmediato o perceptual del significado), la repetición, como se
señalará después, ejerce un efecto de consolidación especial en el aprendizaje
y en la retención: el alumno no tiene que captar los significados en los
ensayos subsiguientes y puede concentrarse exclusivamente en tratar de
recordarlos.
[2] El
lector interesado puede consultar Bellugi (1971); Braine (1936a, 1936b);
Brown y Fraser (1963); Chomsky (1957, 1972); Cocking (1972); Erwin y Miller
(1963); McNeill (1970a, 1970b); Menyuk (1963, 1971); Nelson (1973). Mientras
que la mayoría de los niños adquieren la mayor parte de la sintaxis de sus
lenguajes natales antes de que cumplan los 5 años de edad, es importante
destacar que el desarrollo sintáctico importante ocurre durante los años de la
educación primaria (Laban, 1966; O'Donnell, 1967; Palermo y Molfese, 1972;
Slobin, 1966).
[3] Partes de esta sección han sido
extractadas, con autorización del
artículo: “Cognitive Structure: Learning to Read”, en Educación, 1967,
87. 544-548,
del autor. Copyright de The Bobbs-Merrill Company, Inc., Indianápolis, Indiana.
Véase también Chall (1967) y
Gibson y Levin (1975).
[4] Los
ejercicios de prácticas de patrones consisten en repetir frases que ilustran
una construcción gramatical determinada, y en hacer sustituciones y
transformaciones simples en tales frases de manera que sigan ejemplificando la
misma construcción con sólo breves cambios de significado. En las prácticas de
diálogo memorizado, los estudiantes aprenden por repetición y práctica las
frases que emplean al sostener una conversación.
[5] Testimonios extraídos de la misma investigación
indican que la aproximación audio-lingual tampoco cumple con su otro objetivo
principal, a saber, capacitar al estudiante para que adquiera niveles
superiores de comprensión oral y habla, los cuales suelen adquirirse en los
cursos de idiomas tradicionales. En un estudio más reciente y mejor controlado,
sin embargo, Scherer y Werthcimer (1964) encontraron que el método audio-lingual
mejora la capacidad de hablar y pensar en alemán, aunque los estudiantes
adiestrados tradicionalmente son superiores en destreza de escritura y en
traducción del alemán al inglés. No se hallaron diferencias duraderas en
habilidades de lectura y escucha ni en capacidad de traducir del inglés al
alemán.
[6] La única evidencia directa que atañe a este problema
es el estudio de Pyper (1964), revelador de que la pre-práctica oral con varias
secuencias {anémicas de español para principiantes, previa a la presentación de
los materiales escritos, no mejora significativa mente la habilidad
original para pronunciar.
[7] De
acuerdo con Piaget (1951, 1952), la etapa senso-motora de la representación
(aquellas primeras imágenes “que sirven como símbolos antes del advenimiento
del lenguaje”) son derivados de la imitación internalizada y diferida, y son
cualitativamente discontinuas de las señales verbales verdaderas. A diferencia
de la teoría mediacional del significado, una vez que la simbolización verbal
surge, Piaget deja de considerar a las imágenes como poseedoras de función
simbólica. El considera a los símbolos verbales como significadores que
representan objetos o eventos, en lugar de bases orgánicas del significado.
“Piaget considera la acción internalizada como un símbolo que significa al
objeto o evento que representa, y no, como Osgood afirma (Osgood, Suci y Tannenbaum,
1957), como el significado del símbolo” (Ausubel, 1965). “La teoría
piagetiana de la acción del pensamiento, sin embargo, tiene mucho en común de
modo incongruente con las formulaciones neo-conductistas del pensamiento
relacional (Ausubel, 1965). Véase el capítulo 16.
[8] Como
veremos después (capítulos 5 y 15 al discutir las investigaciones pertinentes,
la verbalización es un factor importante en la transferencia de los principios
aprendidos a nuevas situaciones de resolución de problemas, aun las de naturaleza
motora o mecánica. Estos hallazgos cuestionan el dogma, ampliamente aceptado,
de la “educación progresista” de que el aprendizaje verbal es forzosamente de
carácter repetitivo y que sólo la experiencia no representacional es
transferible de una situación de resolución de problemas a otra.
1.3 La medición del aprendizaje
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